Vamos a olvidarnos un poco de los vinos, de sus características y especificidades; y vamos a considerar a las personas que los toman, o mejor aún, a los profesionales que los catan para luego facilitar la elección a los consumidores. ¿Cómo lo hacen? ¿Por qué? ¿Cuándo o en qué contextos? ¿Con qué expectativas?
Estas preguntas son muy pertinentes pues hoy en día, desde que se han generalizado los concursos de vinos, las guías especializadas al uso (no se puede obviar a un Parker a nivel mundial ni a un Peñín en España), o en general las catas puntuales de vinos que pueden aparecer en cualquier medio de comunicación, realmente el que un vino se venda o no depende mucho de la posibilidad que tenga de ser conocido por un gran espectro de aficionados al vino o del público en general. ¡Qué dramático para un bodeguero o enólogo que todo el esfuerzo que ha desarrollado para producir ese vino tenga que ser apreciado y juzgado por un comité de cata en dos minutos! Y para los catadores ¡qué saturación tener que catar en unas horas cincuenta vinos!
Entonces resulta fundamental tener muy presente cual es el contexto en el que uno se acerca a un vino para juzgarlo, y considerar cuidadosamente primero, que la puntuación que se le da a un vino no deja de tener un peligroso componente subjetivo, cuando no un cierto carácter sesgado, y segundo, que la nota de cata es sólo un servicio que se le presta al consumidor que quiere comprar el mejor vino que puede pagar del estilo que le gusta.
De cómo se lleva a cabo el ejercicio de las catas para calificar vinos, tenemos que decir que en cualquier caso y de alguna manera es un mal necesario al que se someten voluntariamente (o no) los bodegueros. Que no se caten en tandas muy extensas, que se le dedique tiempo a cada vino incluso con recatas, que no se pierda la perspectiva del fin perseguido… y en última instancia, que todo en la vida es relativo.
El mundo de los concursos de vinos, de las ferias y de las catas profesionales (tan necesarios por otra parte). Alguien debería empezar a poner orden y sentido en tales menesteres. Está muy bien FENAVIN o VINEXPO con sus escaparates impresionantes, ¿sobredimensionados?. Igualmente los Premios Zarzillo o el Concurso Mundial de Bruselas con los trabajos interminables de recepción y clasificación de muestras, y las catas pertinentes por parte de jurados que tarde o temprano acaban cansándose de tanto vino cada cual hijo de su madre. Qué decir de los cónclaves de profesionales exclusivos del mundo del vino a los que sólo son invitados cuatro a catas superestratosféricas de vinos superelitistas, etc, etc… Habría que preguntarse realmente cuales son las expectativas perseguidas en tales eventos, aparte de satisfacer el ego de quien o quienes los organizan.
Generalmente se dan tres vías ante la situación ineludible de tener que acercarse a un vino: una, la de los especialistas o críticos que dan y quitan puntos a los vinos en guías larguísimas sin criterio aparente; otra, la de los sumilleres y/o vendedores/prescriptores que van a rueda de los anteriores o auspiciados por las últimas novedades; y la tercera, es la del gran pelotón de los consumidores que toman lo que conocen sin grandes extravagancias . Ahí Es obvio que entre bastidores de la gente más o menos pudiente y/o entendida coexisten grupos reducidos exclusivos que tiran de tarjeta, y van sólo a grandes nombres cuyo marketing único es el reducido número de botellas producidas unido a una cierta resonancia mediática.
No creemos haber encontrado la piedra filosofal que siembre el gen del sentido en este asunto tan peliagudo, pero sí nos atrevemos a sugerir la idea de lo conveniente que podría ser elaborar una suerte de estudio o cartografía en donde se pusiera de manifiesto la “geografía humana”, es decir, el número de personas que consumen vinos (relación de litros por persona y año) o, que de cada país se especificaran las preferencias o estilos de vinos que se toman en cada región; y dentro de cada región el porcentaje de esos consumidores por grupos atendiendo a parámetros como su poder adquisitivo, nivel cultural o estatus social… esto nos daría un mapa muy significativo sobre la cantidad y el tipo de personas que gustan de beber vino e incluso con qué fines. Entonces se podría saber qué interrelación se da entre el consumidor y el vino que le gusta, resultando así más diáfano producir y hace llegar esos vinos a esos públicos específicos. ¡Se evitarían gran cantidad de guías y de concursos repetitivos!