DE 1964 A 2010 EN LA D.O.C. RIOJA (CUARENTA Y CINCO AÑOS NO SON NADA)
Es sólo cuestión de conceptos. Y La Rioja es un viaje a través del tiempo, de vino en vino; de cosecha en cosecha. ¿Qué distancia hay entre las cosechas de la segunda mitad del siglo XIX, poco antes de que los franceses vinieran aquí en busca de vinos que abastecieran sus mercados, y las cosechas de principios del siglo XXI? Apenas sólo el cambio de concepto, el de modificar la mentalidad atávica de siglos y empezar a vinificar con uvas previamente despalilladas y utilizar la barrica de roble. Y todas las adaptaciones subsiguientes ayudadas por la tecnología.
Pero hay más. En La Rioja como tierra de paso vertebrada por el rio Ebro e influenciada por el Camino de Santiago, como espacio de comunicación entre gentes que traen y transmiten sus culturas, se produce un constante flujo y mezcla de ideas, de actitudes y aptitudes, de sensibilidades. Y cada día surge la pasión del trabajo, el ansia de superarse, de pervivir por encima de las circunstancias. La capacidad de empaparse y asumir tendencias para lograr un liderazgo que parece fácil y sin embargo cuesta mucho sudor (cuando no sangre y lágrimas).
En verdad que, visto en perspectiva, cuarenta y cinco años no son nada pero… ¡han cambiado tanto las cosas! ¿Qué diferencia hay entre los vinos que se elaboraron aquella histórica cosecha de 1964 y la última realmente mítica de 2001 junto a las excelentes de 2004 y 2005 que ahora estamos disfrutando? Aparentemente mucha. Y sin embargo ninguna toda vez que, al final del día, lo que se persigue es producir un vino que satisfaga al consumidor del momento. Un vino que le proporcione placer ese placer sensorial que subliminalmente queda registrado en su memoria y le fideliza de por vida.
De nuevo es cuestión de conceptos. Y la maravilla y admiración que produce el hecho de que antaño, con los medios y conocimientos de entonces se lograran vinos sublimes; y hogaño, tras los progresos y el cambio de mentalidad elaboradora, se hagan vinos excepcionales que seducen y suponen un desafío para los sentidos (de acuerdo con los tiempos que corren donde la gente gusta de nuevas experiencias y sensaciones).
Razonemos esta aproximación al concepto del cambio de estilo de vinos, del tiempo y de la moda en los gustos con dos ejemplos de pruebas de cata.
Prueba de cata nº 1. Bodegas Riojanas, Cenicero. Monte Real Gran Reserva 1964. El vino presenta un color uniforme que se mantiene al cabo del tiempo; rojo casi frambuesa muy abierto, más bien en la gama de los amarillos-anaranjados. Limpio, luminoso y fluido.
En nariz (una vez oxigenado) hay finura y complejidad. Se perciben aromas terciarios característicos del vino noble de La Rioja. Especiados finos; nuez moscada, clavo de olor; así como de tomates secos rehidratados junto con matices que recuerdan a pimentón de La Vera con sus dulces, ahumados y toque picante, lo que denota excelente integración de la fruta con el roble americano y su posterior buena evolución. Aparecen también con nitidez notas que evocan a miel de romero y espliego; lo cual, aunque sorprendente, no deja de tener su explicación: son aromas encerrados en ésteres a su vez fundidos y guardados en aceites esenciales que se muestran ahora gloriosos. Estas moléculas aromáticas fueron extraídas en su justa medida de uvas perfectamente maduras, y luego evolucionaron lentamente para que –una vez liberadas cuarenta y cinco años después- nos deleiten con sensaciones que nos hablan de un vino sublime. En boca el vino es suave, todavía armado con una fina acidez (vivo en el paso de boca); y en la retronasal se manifiestan licorosos junto con notas de hinojo y chocolatinas “after eight” (mentoladas) que envuelven el final de boca.
El vino es una invitación a sentir y a pensar.
Prueba de cata nº 2. Bodega Contador, San Vicente de la Sonsierra. La Viña de Andrés Romeo 2001. Concebido como vino exclusivo de pago, de producción limitada, y con una presentación soberbia, el vino hace alarde de generosidad en sus prestaciones sensoriales. Color rojo intenso que recuerda a las cerezas y de capa alta.
En nariz los aromas tardan en mostrarse (precisa oxigenación) Hay complejidad y densidad en la copa con predominio de aromas de frutos del bosque muy maduros y tonos cremosos de un roble excelente; así como matices sutiles: toffee, crocante, hierbas aromáticas de monte bajo y recuerdos de terruño. En boca reside, sin embargo, su mejor virtud: fruta fresca, taninos maduros y sedosos en el paso de boca; concentrado y carnoso con un posgusto muy amable. El vino tiene enjundia; con aires elegantes y amplio en el embrujo final de la retronasal que se proyecta al cerebro en secuencias difíciles de describir. Resultado sólido y sabroso de la apuesta personal de su autor. Vino para disfrutar, para dejarse impactar con sensaciones placenteras inmediatas.
Nota al margen. La pregunta es: ¿sobrevivirán los vinos nuevos de La Rioja cuarenta y cinco años? La respuesta va implícita en las notas de cata.