Desde hace ya tiempo, tanto en los cursos de cata que imparto como en los artículos que escribo, suelo abogar por la socialización en el disfrute del vino; que este sea accesible para todo tipo de personas y bolsillos. Por eso, la comercialización sensible del mismo es fundamental. Abundando en esto es claro el auge que el vino de calidad está experimentando hoy en día en su aceptación social como producto ligado a la gastronomía –como no podía ser de otra manera- y muy últimamente con su venta en mercados lejanos como el asiático. ¿Cómo ha sido posible esto? Pues entre muchas otras causas gracias a la botella de vidrio que permitió fraccionar el líquido, transportarlo y ponerlo fácilmente encima de la mesa. La botella es el recipiente perfecto como contenedor del vino por su versatilidad; además ejerce una cierta función en el envejecimiento lento del vino en el proceso de reducción.
El genial matemático británico John D. Barrow, en su libro “100 Essential Things you didn´t know” traducido al español como “Las matemáticas de la vida cotidiana” (Edit. Crítica, 2009) dice a propósito del fuego y el polvo cómo este actúa como agente propagador de aquel; al acumularse sobre las superficies (y cuanta mayor extensión de superficie haya expuesta) en caso de incendio el fuego se propaga de un modo más mortífero. Efectivamente, es cuestión de geometría. Si un objeto cuadrado de 4 cm de lado tiene un perímetro total de 4×4=16 cm cuadrados, si dividimos el mismo objeto en 16 cuadrados nos dará una superficie total de 4×16=64 cm. Hay más superficie expuesta, más polvo y por lo tanto el fuego se propagaría con mayor virulencia. Si hacemos lo mismo con un cubo en vez de con un cuadrado, la superficie resultante es aún mayor. Bueno, digamos que el vino es el fuego y la botella el polvo. Y las botellas tienen forma cilíndrica ¡Qué gran invento!
Gracias al invento del vidrio y de la botella (y más tarde con el complemento del corcho como forma de taponaje natural) que permitió dividir en fracciones estancas productos líquidos que sólo podían ser disfrutados en sus zonas de origen, como el vino, se pudo llevar este a cualquier parte extendiendo su consumo tal y como hoy en día lo conocemos. ¿De qué otra manera, si no, habría podido el vino ser transportado y sobre todo conservado como lo hacemos ahora? Gracias sean dadas a los romanos que ya experimentaron con vidrios rudimentarios; pero sobre todo a los maestros italianos, centroeuropeos y finalmente británicos que perfeccionaron la producción del vidrio y del cristal para acabar siendo el factor definitivo que catapultó a los vinos a imponerse sobre las otras bebidas fermentadas, y ser preferidos sobre todo por su fácil accesibilidad y disponibilidad de conservación y manejo en su servicio. Luego llegarían las cervezas y las bebidas carbonatadas, pero esa es otra historia.
Aunque en las zonas productoras todavía tiene un cierto predicamento popular el consumo del vino tomado directamente del contenedor donde se guarda en el lagar o cueva, la verdad es que con la llegada de las Denominaciones de Origen y sus consejos reguladores con reglamentos puntillosos, y sobre todo con la producción de los vinos de calidad, la botella ha pasado a ser indispensable, siendo los casos más notorios para los vinos tintos de guarda y para los vinos espumosos elaborados por el método tradicional.
LAS BOTELLAS Y LOS VINOS. POR SU PORTE LOS CONOCEREIS
Tipos de botellas. ¡Cuántas sensaciones evoca una botella! Las formas onduladas de las tradicionales abren con la vista el camino de la sensualidad; la panzuda botella borgoñona o la estilizada y de hombros altos bordelesa incitan a la lujuria; la contundente botella de champaña muestra la fuerza del vino que encierra, mientras que la oscura botella jerezana levanta un aura de misterio en torno a la elaboración de sus vinos y quizá de quienes los beben.
Esas botellas se conocen hoy por los nombres de las zonas para cuyos vinos fueron creadas: bordelesa, borgoñona, alsaciana, renana, champaña, jerezana, o la más socorrida verónica que sirve para toda esa pléyade de vinos de incierta procedencia. Tras ellas hay en ocasiones razones estéticas, pero acostumbran responder a las necesidades planteadas por la propia naturaleza de los vinos que contienen. Básicamente se puede decir que su mejor logro (al menos desde el punto de vista del sumiller) es que se pueden apilar en posición horizontal, y para eso la botella perfecta es la bordelesa.
El grosor del vidrio y la forma de las botellas de champagne deben resistir la presión de hasta seis atmósferas que genera el carbónico endógeno del vino. Las concavidades que la mayoría tuvieron en la base, hoy apenas conservadas, pretendían facilitar la sujeción al servir el vino o quizá servir de depósito para contener los precipitados de las elaboraciones decimonónicas, y también (¡qué cosas!) para los superentendidos diremos que debe haber una relación directa entre la longitud del hueco del fondo de la botella y el espacio que queda entre el vino y el corcho.
La oscuridad del vidrio busca preservar el vino de la acción nefasta de la luz, propiciando una vida más larga del mismo. La rigidez de líneas de las botellas para vinos con vocación de guarda facilita su almacenamiento en posición horizontal en los botelleros de las bodegas. Incluso el gollete, liviano en la mayoría de los casos –pero necesario para facilitar el corte limpio de la cápsula previo al descorche de la botella- es más pronunciado en las jerezanas o en las de oporto cuyos corchos, paradójicamente, suelen ser de quita y pon. La botella de champagne o de cava necesita un gollete pronunciado y saliente que pueda sujetar el alambre o morrión que ayuda al corcho a soportar la presión del vino.
En cuanto a los diferentes tamaños de las botellas y sus nombres, que todavía pululan por ahí: media, estándar, magnum, jeroboam, rehoboam, matusalem, salamanasar, baltasar, nabucodonosor, etc,… dicen que se conserva el vino mejor cuanto mayor el envase (¿para qué?) y por lo que respecta al servicio hay que reconocer que la botella magnum en ciertos casos es la mejor. De otra manera, sí es cierto que las distintas botellas presentan características reseñables: proporcionan señales al potencial comprador, bien explicativas por medio de la etiqueta y la información que contiene, o también convencionales por su forma y diseño, igualmente transmite señales subliminales en su presentación, que puede conllevar una carga implícita de marketing.
Finalmente no hay que pasar por alto el hecho de que últimamente nuevos bodegueros buscan diferenciarse utilizando diseños de botellas novedosos realizados por diseñadores que por supuesto entenderán del tema, pero para nada tienen en cuenta a los profesionales sumilleres que tienen que vérselas y trabajar con tales formas. Dejaremos para otra ocasión tratar los asuntos concernientes a los vestidos de las botellas y lo que pueden suponer como forma de marketing, así como el uso de los nuevos taponajes que tanto desorientan a consumidores poco avezados. Apuntemos, no obstante, ciertas relaciones psicológicas entre los colores de los vidrios y las sensaciones que transmiten: el verde claro sugiere juventud, acidez; el azul, vistosidad, fantasía; el negro, en fin, suele predisponer a encontrarse con un vino profundo, corpulento.
Larga vida a la botella que divide el vino y lo reparte amorosamente en lugares y situaciones tan dispares de un modo totalmente aséptico, y directamente desde la bodega en que fue elaborado y, en ciertos casos, criado con esmero.