Leía hace poco una noticia cuando menos inquietante. Se trata del posible primer caso de transmisión de un patógeno vegetal a personas. ¿Puede un virus de origen vegetal contagiar a seres humanos? ¿Se resquebraja el paradigma de la microbiología que afirma que no se puede traspasar la barrera vírica entre los reinos vegetal y animal? Científicos franceses creen tener pruebas de casos detectados de contagio de un virus vegetal (concretamente de un tipo de pimiento procesado industrialmente) encontrado en heces humanas. ¡No me fastidies! ¡Con lo que me gustan los pimientos!
Realmente vivir hoy en día en medio de la jungla –no la del asfalto, pero sí la de las industrias alimentarias- se ha convertido en una suerte de lucha por la supervivencia de la cual necesariamente salimos vencedores… pero con los pies por delante. (El otro día compré un yogur batido de esos para beber y, al probarlo, tenía las características propias del yogur batido pero percibí unos tonos metálicos tan evidentes que me impidieron tomarlo con confianza. Lo tiré todo.) No digo que nos volvamos todos histéricos y desconfiados ante los productos que compramos en los supermercados procedentes de las industrias alimentarias. Pero sí que siempre tengamos despiertos nuestros sentidos cuando tomamos cualquier bebida o alimento.
Todas las grandes compañías industriales (producto de los modos de vida y desarrollo estadounidenses principalmente) persiguen un fin maléfico en sí: ganar dinero a toda costa. Por eso no son de extrañar los casos que se cuentan de industrias farmacéuticas –véase el fiasco de la gripe A- Y en cuanto a las industrias alimentarias ya se sabe, para generar negocio desarrollaron el concepto del nutricionismo como base en la que sustentar el lanzamiento masivo y continuado de nuevos productos. Primero fue el adoctrinamiento, enseñándonos la composición y características de cada alimento o sustancia con sus calorías, vitaminas, hidratos, minerales, etc. Después se encargaron de hacernos conocer la importancia de los llamados Alimentos Funcionales –aquellos a los que se les agregan componentes biológicos activos- con supuestos efectos benéficos para nuestra salud (pero eso sí, claro, siempre advirtiendo que dentro del contexto de una dieta equilibrada). Que si los probióticos, la fibra dietética, los prebióticos, los carotenoides, fitoesteroles, etc. Y la moderna sustancia estrella del vino: el famoso resveratrol.
Todo ello está muy bien como información al consumidor interesado (¿alienado?). Pero la verdad subyacente es que lo realmente sano consiste en llevar una vida equilibrada y tomar alimentos y bebidas naturales. Porque ya lo último es la técnica despiadada de marketing de vender alimentos que curan. ¿Alimentos que curan? ¡Hombre! Eso estaría bien si fuera cierto o si con ello se lograra una cierta concienciación de los consumidores (fijaos, he dicho consumidores; al final somos ciudadanos y consumidores. Yo sólo quiero ser persona)
EL CULTO DE LOS VINOS Y DE LA AGRICULTURA BIOLÓGICA
Por eso, porque soy persona, porque me gusta alimentarme sano y porque me gustan los vinos pues entiendo que ayudan a comunicarse con la madre naturaleza, me he molestado en acercarme a Valdepeñas y visitar DIONISOS, La Bodega de las Estrellas. Me recibe Dionisio de Nova, hacedor primigenio no del cosmos pero sí de un entramado agrícola-enológico biodinámico con resonancias cósmicas, a la vez que de servicios enoturistas digno de consideración. Hijo de un agricultor y bodeguero que elaboraba sus vinos en la casona típica manchega en el centro de Valdepeñas, Dionisio convirtió esta en lo que ahora mismo es probablemente la única bodega de modelo tradicional de la zona que aúna vivienda y bodega, y además centro de acogida para enoturistas que quieran dejarse empapar y sorprender por conceptos tan saludables y coherentes como poco conocidos por lo común.
Los viñedos de Cencibel que plantara su padre en el tradicional porte manchego de poda baja, con hojas rastreras que protegen los racimos del sol inclemente, más lo que él mismo plantó con variedades foráneas, son los que dan para elaborar unos 80.000 litros de modo totalmente artesanal. Dionisio es Ingeniero Técnico Agrícola, y antes de tomar las riendas de la bodega -y reconstituirla a los ritos de lo ecológico y biodinámico- incluso pasó por La Rioja indagando y adquiriendo conocimientos, hasta llegar a dinamizar la agricultura biológica creando una escuela propia y explotando el valor cultural intrínseco de tales prácticas.
El vino, ese avatar entre el cielo y la tierra, entre la tierra y la fruta, entre la fruta y su explosión aromática y sápida para los sentidos de nosotros, los humanos desorientados y abducidos por las malas artes de un consumismo artificial y atroz; el vino, digo, por mor de la agricultura biodinámica y las prácticas enológicas que tienen en cuenta las fases de la Luna y sus influencias según esta transcurre por las distintas constelaciones estelares… viene a tomar cuerpo y significación distintos cuando se bebe: has de pensar que estás bebiendo el fruto integral y coherente de un sistema de producción y elaboración natural y artesanal que tiene en cuenta factores de los cuales están imbricadas nuestras propias vidas, a saber: el ritmo de las estaciones, los ciclos lunares, los decursos de planetas y estrellas.
Dionisio trabaja con el calendario cósmico, utilizado desde tiempos ancestrales. Los ciclos biológicos de todos sus vinos están vinculados al paso del tiempo cósmico (no el del reloj), es decir, al movimiento de la Luna y el Sol, y de otros planetas estrellas. Los bodegueros antiguos lo sabían y lo practicaban: seguir los crecientes lunares para mover los vinos; combinar crecientes/ascendentes (que implican procesos acelerados) con menguantes/descendentes (que propician ritmos pausados). Cada tiempo o ritmo se interpreta de tal manera tanto en los trabajos en la viña, como a la hora de vinificar y trabajar el vino en bodega, como en última instancia incluso al considerar la fecha del descorche y degustación del vino, que todo el proceso integral -de la cepa a la copa- se antoja una suerte de rito sagrado que, por más que nos parezca esotérico hoy en día, en este tiempo industrial desenfrenado y de producción masiva de vinos tecnológicos, en realidad no es sino un sencillo, ordenado, coherente y natural modo de disfrutar lo que la madre naturaleza regala a sus hijos que por aquí vagamos inmersos en la quimera de creer que somos únicos, cuando en realidad nuestras vidas valen y sirven lo mismo que la de cualquier otro ser vivo, sea este pajarillo o paquidermo.
Dionisos PAGOS DEL CANUCO 2006 al compás de la Luna
Este vino que Dionisio presenta con contraetiqueta de Vinos de la Tierra de Castilla y que está concebido para resaltar las características frutales (a diferencia del VINUM VITAE que potencia los caracteres de terruño) y que supuestamente debería ser catado con la Luna ante las constelaciones de Leo, Aries y Sagitario, yo lo he catado los días 23 y 24 de Junio de este 2010 que, según el calendario lunar no son los más idóneos, sin embargo he de decir que el vino me ha impresionado, o dicho de otra manera, me ha roto los esquemas sobre todo en fase de nariz al encontrar aromas que nunca antes había encontrado en un vino.
Como no quiero parecer un sumiller o crítico de vinos fácil (que no lo soy) voy a ver si me lo explico. Que Dionisio diga que no utiliza abonos químicos que aceleran el metabolismo de las plantas, que busca la autenticidad desde las levaduras indígenas, que luego explica gráficamente con las manecillas de un “reloj” cósmico todo el proceso razonándolo… está muy bien. Pero a mí lo que me importa es el resultado, el vino en la copa. Y he de admitir que el vino presenta un color convencional que se asocia al de juventud con tonos violáceos, de capa media; luego en nariz el primer día –sería por el solsticio de verano, no lo sé- pero sobre un fondo limpio, impecable, sin apenas rasgos de esos meses de barrica, se mostró un perfil frutal tan sutil a la vez que evidente que sobre todo, además de esa fruta roja lasciva por su pureza, me retrotraía a los días de la infancia que cantó Antonio Machado llenos de cielos azules y de sol; además deambulaban por la copa notas florales perfumadas y más sol, más luz; en suma una experiencia donde lo mineral, lo frutal y lo celeste realmente me embargaron. En boca un tacto palatal de finura esmerilada, subyugante en su naturalidad; junto a la acidez natural –pura caricia con sensaciones de nuevo minerales pero flexibles- y un frescor que recordaba la humedad de la mañana con su relente destellando en la piedras que ilumina el Sol… en fin, un vino grácil de una sensibilidad atractiva que pide repetir el trago. Y suave, muy suave. El siguiente día que lo probé en realidad sólo quiero apuntar que el vino seguía con todos sus parámetros vivos… pero en nariz apareció un perfume tan intenso, tan nítido, embriagador y dramático que me temo me llevará un tiempo poder descifrar.