Somos pura energía en transformación. Puro ansia en constante regeneración y retrueque. Puro avatar; de alguna manera como el vino. Y por eso ya lo decía yo: el vino tiene magia. El vino, de manera similar a nosotros, es puro avatar una vez que se genera en la fermentación. El vino en su concepción primigenia, al descubrir y constatar el poder eufórico y transgresor del mosto fermentado, los primitivos chamanes se lo apropiaron invistiéndolo (o mejor trasvistiéndolo) de un carácter sagrado. Espabilados ellos.
Pero bueno, las cosas han cambiado por suerte para todos, y mira por donde llega un día cualquiera como hoy (en que uno pasa de casi todo, visto lo visto, y sufriendo lo que estoy sufriendo) y me doy de bruces con un artículo publicado en IOP Publishing en donde se cuenta cómo un grupo de científicos japoneses ha descubierto algo realmente sorprendente: se puede inducir superconductividad (propiedad por la que algunos materiales pierden su resistencia al paso de la electricidad) sumergiendo un material que contenga un compuesto férrico en vino tinto. Ahí es nada. (Inmediatamente pienso en el potencial de los vinos de la zona de Nájera, que por otra parte ya he comprobado).
Por supuesto no alcanzo a entender la trascendencia de tal descubrimiento, pero realmente lo encuentro electrizante. Ya decía yo que el proceso fermentativo, gracias al metabolismo de las levaduras que transforman los azúcares en alcohol, tiene su punto exotérico, mágico. ¿Por qué? Pues porque gracias a la fermentación se liberan todos esos ácidos naturales o sustancias que la planta había sintetizado y almacenado en la parte interna del hollejo, o piel del grano de uva, y pasan al vino. Esas sustancias -¡voilá!- son las responsables de los colores, aromas y sabores del vino. Y si este es sobre todo tinto, ahora venimos a constatar lo que ya habíamos presentido: que el fenómeno es de una potencia desconocida. Imagínate. Si induce superconductividad…
Pero yo quiero llegar más allá. No es solo que el vino tinto aquilate propiedades quizá todavía desconocidas, tampoco quiero obviar el alcohol (recordemos que el alcohol, junto con la acidez y la fruta son los tres pilares que conforman el concepto EQUILIBRIO del vino), con sus conocidos efectos. Pero yo si me tomo un buen vino (como si es un queso, o un espárrago triguero) lo disfruto en tanto en cuanto ello me produce un impacto sensorial y hace trabajar todos mis receptores que envían señales al cerebro para que este descodifique y, en el empeño, estoy viviendo intensamente, sintiendo, y –como las sensaciones son placenteras- disfrutando. Pero, bueno, voy a decirlo: he de reconocer que el vino tinto posee -y por lo tanto da- algo que otros productos agroalimentarios no regalan. Quizá sea una dimensión en la que uno pierde esa resistencia al paso de tanta electricidad estática, maligna, propiciada por tanto desmán como hay por el mundo. Para que pase y desaparezca. Como en la superconductividad.