Tanto hablar de vinos y de su presencia aquí y allá; y nunca se me había ocurrido considerar donde no se encuentra el vino y por qué. (Esta consideración viene a propósito del tema tan manido en boca de bodegueros y demás sectores implicados en la producción del vino: que se compra o se consume poco. Poco para lo que se produce; imagino).
El vino no te lo encontrarás en la casa de los pusilánimes que no saben gozar del impulso de vivir. Tampoco lo verás en los museos donde se guardan reliquias de otros tiempos u objetos muertos. Ni en los templos de las religiones ni en las casas de los parlamentos ni en los palacios de justicia donde se maquinan formas de sometimiento y de castigo para las personas. Tampoco es probable verlo en los lupanares, que son la negación de la sensibilidad y donde se comercia de un modo berrendo con las emociones que pretenden suscitar el uso bastardo de los sentidos. (Eso lo supongo, pues la verdad es que a estas alturas de la vida nunca entré ahí). En los salones de baile no creo que haya vino toda vez que cuando baila el cuerpo no baila la mente o la imaginación. Sorprendentemente es a veces muy difícil que te sirvan vino en bares o cafeterías de zonas productoras españolas (¿). Por otra parte cabría preguntarse si habrá vino en las casas de ciertos de los a sí mismos llamados críticos de vinos o incluso sumilleres o comerciales del ramo ¿o incluso gerentes y “técnicos” de consejos reguladores?. Donde seguro no está el vino es en los antros inmensos y lujosamente amueblados donde se toman las decisiones de especular contra la deuda pública de ciertos países.