No nos engañemos. A estas alturas de la película no somos compradores/consumidores de productos. Los productos y lugares son solo excusas. En realidad lo que estamos ávidos por comprar y consumir son momentos. ¿Por qué digo esto? Porque –excepciones aparte- hoy en día en el mundo llamado occidental, cualquier producto de excelente calidad está al alcance –siquiera de tarde en tarde- para cualquiera. ¿Dónde radica entonces la diferencia entre las personas asquerosamente ricas, o las ricas a placer, y los demás mortales que deambulamos a la caza y captura… ¿de qué? No desde luego de eso que llaman felicidad –pues la felicidad, como dice Punset es la ausencia de miedo- sino de la ocasión, del momento. Hasta tal punto es así, que ya la peña gusta presumir no tanto de adquisiciones y compras como de momentos vividos en tal o cual lugar.
Y esto, en el mundo de la restauración gastronómica, es más que cierto. A la hora de quedar para comer en un restaurante, quienes pueden lo hacen en los más laureados con estrellas o simplemente en los más caros y/o glamurosos porque sí y para fardar posteriormente; mientras quienes no andan sobrados, entran en restaurantes sencillos o en tabernas con mesas corridas.
¿Adónde me llevan los anteriores enunciados? Pues a que, aparte de ciertos productos sublimes que se pueden disfrutar en cualquier establecimiento de comidas, son los vinos los que están en un estatus diferente que no entiende de bolsillos –esto es cierto- y que posibilitan un disfrute fantástico independientemente del lugar y el momento. Hablo de botellas de vino producidas en cualquier zona vinícola española a precios realmente asequibles. ¿La clave para dar con ellas? Muy fácil. Dejar atrás los estereotipos mentales y probar nuevas etiquetas de lugares o productores “desconocidos” Solamente en la Rioja la oferta de vinos muy, muy placenteros ( a precios que a cualquier ciudadano extranjero le haría relamerse) es extraordinaria. E inclusive bodegas riojanas consagradas ponen en el mercado marcas nuevas con vinos de ensueño a precios moderados.
O, dicho de otra manera, no dejemos que la apestosa crisis que nos meten en la cabeza todos los días se lleve por delante nuestro derecho a disfrutar de nuestros momentos tal y como y cuando queramos vivirlos.
De verdad, si hay un placer realmente sensorial (aparte de ese otro para el cual ya está internet) ese es el de permitirnos una copa de vino que despierte nuestros sentidos.