Me niego a vivir con solo cinco sentidos .
Los seres humanos tenemos un componente borreguil, propio de las manadas animales. Nos va el ser conducidos como rebaño allá donde el pastor o líder quiere llevarnos. E, igual que otros animales más o menos libres que se guían por su olfato, nosotros nos dejamos captar, nos sometemos estúpidamente a la dictadura del sentido de la vista. ¿Cómo es eso? Primeramente ello es así por nuestras grandes carencias internas a la hora de procesar la información que nos llega a través del resto de canales de percepción llamados sentidos (que obviamente no son cinco sino muchos más). Nos quedamos con lo más fácil o evidente o pasivo: lo que ven nuestros ojos; y así resulta instantáneo el petrificarse con sensaciones puramente visuales, con imágenes que entran en el cerebro y que a fuerza de repetirse –repetición equivale a reputación- adquieren marchamo de obviedad y familiaridad.
Todo hay que decirlo: me temo que ya es demasiado tarde para nuestra especie; lo que nos ha permitido llegar hasta aquí -los sentidos del olfato y el gusto sobre todo- definitivamente desde el advenimiento de los medios llamados audiovisuales (habría que decir más bien visuales) han perdido protagonismo a costa de la invasión de los fotogramas, bien estáticos o en movimiento que marcan prácticamente cada minuto de nuestras vidas.
Las vallas de publicidad, las revistas, las películas, internet y los juegos por ordenador; pero especialmente la televisión, todo el tiempo están bombardeando nuestras retinas con mensajes interesados que sustraen nuestro espíritu naturalmente crítico para infestarlo con engaños bobos que, a fuerza de repetirse, colonizan nuestras neuronas hasta convertirnos en simples robots consumidores con deseos cuadriculados.
El concepto “predominio sensorial” ha tomado cuerpo de tal manera que un solo sentido, el de la vista, se ha adueñado de nuestras percepciones colonizando los otros sentidos: ante un plato de comida, es la vista la que identifica la aceptación de esos alimentos, previo a que el olfato o el sabor marque su impronta y el cerebro (¿el cerebro?) decida; (al menos con el vino hay que catarlo y realizar una rápida suerte de introspección para decidir si nos gusta o no).
Me pregunto qué cantidad y qué tipo de estimulación sensorial que no sea meramente visual está uno dispuesto a admitir a la hora de comer y beber, o a la hora de decidir con qué clase de mujer u hombre te irías al catre… a experimentar sensaciones por otra parte no precisamente visuales.
EL MUNDO AL REVÉS
Sobre todo después del Renacimiento, y más tarde con los frutos conceptuales de la Ilustración, algunos autores y artistas vinieron a criticar hechos establecidos y cuestionar cómo sería el mundo al revés: que fuera el burro el que montara al hombre; el gorrino que abriese en canal al matarife; la niña que alimentara y cuidara a la madre; y, en fin, el envite social que, con sus mensajes esperpénticos y crueles, Goya denunció en sus “Caprichos” en los cuales se burló de aquella sociedad española encorsetada.
Propongo por lo mismo una sublevación contra la dictadura de lo visual como forma de aborregamiento del personal con fines perversos. Que se deje de estigmatizar a las mujeres que no tengan un rostro “bien parecido” o un cuerpo tipo “Barby”, y que cuelguen en picotas (bien visibles) a los descerebrados que las fotografían. Que sean lo alumnos quienes examinan a esos profesores apoltronados y sin vocación. Que los jefes aprendan a tener más tiempo la boca cerrada y los oídos abiertos, y que se fijen más en la sustancia en vez de en la imagen de los empleados.
Mirar sí; pero con ojos despiertos y críticos, no alienados por el bombardeo constante de las pantallas y las portadas de revistas, siempre con los mismos rostros huecos y cuerpos predecibles.