Por desgraciadas circunstancias familiares sobrevenidas vivo ahora fuera de La Rioja. Si digo que me reconforta cada día pensar en La Rioja, en sus paisajes y medio ambiente de ambas zonas del río Ebro, y que mi vocación constante y diario anhelo es regresar… cuánto más me llena el alma saber que, en el tiempo que me está tocando vivir, esa tierra será declarada Patrimonio de la Humanidad.
Ya lo he manifestado repetidamente – en mis artículos en este mismo blog- cómo es perfectamente constatable durante todo el año, pero sobre todo en otoño, de qué manera el paisaje riojano que mejor conozco -y que coincide casualmente con el presentado en la candidatura ante la UNESCO- luce tintes extremadamente hermosos que irradian serenidad, grandeza, y suscitan emociones valiosas y saludables a quien lo contempla desde las alturas del Parque San Ginés en Labastida, o desde la iglesia-fortaleza de San Vicente de la Sonsierra. Además, es perentorio recordar la relación e imbricación que se da entre territorio, transformación del paisaje por los viñedos, sistemas de poblamiento y prácticas culturales, arquitecturas antiguas de edificios religiosos y modernas de bodegas, actividad humana y producto –el vino- de reconocida calidad y apetencia.
Todo lo anterior resulta en una comunión entre el ser humano y el medio físico que a partir de ahora ojalá sea mejorada.
Desde los Riscos de Bilibio en Las Conchas de Haro, pasando por el dolmen de La Hechicera en Elvillar, o el Castillo de Davalillo en San Asensio o la hermosura innegable del transcurso del río Najerilla o el místico paisaje próximo a San Millán de La Cogolla… sin desmerecer de otros paisajes de viñedos españoles también maravillosos, lo cierto es que estos de La Rioja aquilatan cualidades como son: 1-riqueza y variedad de suelos; 2-clima poco menos que perfecto en sus variaciones estacionales que sintonizan con las percepciones sensoriales y la alegría y el gusto de vivir; 3-belleza natural con reminiscencias estéticas excepcionales.
En fin y además, lo que igualmente aprecio es la vinculación al término “cultural” pues solo desde esa premisa se puede entender y captar la magnitud de lo que significa la designación de esta zona como especial y digna de ser visitada, experimentada y gozada. Designación que va a resaltar con esas otras como son el Alto Douro en Portugal, el Valle del Loira en Francia, Tokaj en Hungría o Costa de Amalfi en Italia.
Tal reconocimiento ha de entenderse por otra parte como la constatación de un patrimonio común de la zona; como otro recurso cierto que generará más satisfacción vital a las personas que viven en tal lugar privilegiado y agraciado por la naturaleza y, claro, ha de generar riqueza al ser considerado como destino turístico de alcance mundial.
Solo me queda pedir que, de confirmarse como Patrimonio de la Humanidad esta región vitivinícola, las personas que la habitan y las instituciones gubernamentales, estén a la altura de su buena suerte y sepan amar y cuidar de verdad su tierra y cultura posibilitando estrategias y acciones que conduzcan a un mejor conocimiento y explotación racional y sostenible de los paisajes naturales modelados culturalmente.