Somos polvo de estrellas. Esta frase poética es cierta en tanto en cuanto todos los seres vivos de este planeta Tierra estamos constituidos por sustancias minerales, inorgánicas, y otras provenientes del espacio; ¿del espacio? Sí, nosotros también somos ese espacio o universo. En cualquier caso, y por la misma razón, los vinos igualmente se ven en la misma tesitura. Decimos esto porque hoy vamos a hablar de suelos –otro asunto recurrido y recurrente- y de cómo estos juegan un papel fundamental en el resultado final de los vinos, ya que de varias maneras los distintos tipos de suelos –junto a otras variables- reflejan distintos perfiles de vinos.
Lo primero es que se debe entender y poner de manifiesto las faenas agrícolas que se efectúan en la tierra, ya que las vides están netamente influenciadas por los suelos en sus distintas composiciones, por los climas y fenómenos meteorológicos y, obviamente, por las prácticas culturales. Así, de la suma de estas variables – junto a los trabajos en la bodega- luego surgen los distintos vinos con sus peculiaridades.
El suelo es un recurso no renovable –o muy lentamente renovable- y por tanto es fundamental su cuidado desde un punto de vista ecológico. Pero a nosotros lo que nos importa son los resultados, los vinos. Y aquí sí diremos que las propiedades físicas de los suelos, su textura (pedregosos, de gravas, arenosos o arcillosos) así como su ph, su situación (en pendiente o no, orientación, iluminación, drenaje, erosión, mantenimiento) más su vida microbiológica, su capacidad de intercambio catiónico y en última instancia los elementos traza (el ADN del suelo) juegan un papel definitivo en los vinos; en su calidad total y en su percepción organoléptica.
Por no irnos a temas más “profundos” de suelos sí apuntaremos la variabilidad de los mismos que tenemos en España según su origen geológico:
-suelos sobre zócalo Hercínico (rojos) típicos en la zona de Nájera y en zonas de Castilla-La Mancha; son en realidad paleosuelos con un valor por ser viejísimos, muy interesantes para los vinos pues confieren a estos características de intensidad de color y estructura
-suelos sobre sedimentos cuaternarios (de aluvión, cantos rodados, arenosos, que no retienen agua); complejos y convenientes para la cepa por diversos motivos
-suelos sobre sedimentos Triásicos (calizas); probablemente los más deseados para la viña pues suelen dar uvas de las cuales salen muy grandes vinos por su estructura, intensidad aromática y suavidad
-suelos de procedencia volcánica, muy especiales al dar a los vinos características diferentes y de una sutileza poco común.
Nos vamos a fijar en estos últimos. En España es sobre todo en Canarias donde el factor volcánico se muestra más acusado. Pero como esto es conocido, vamos a reparar en Castilla-La Mancha donde sorprendentemente también existen terrenos con sustratos volcánicos.
MAAR DE CERVERA EN UN MAR DE VIÑEDOS
La realidad suena así de estratosférica: la producción de vino en esta cosecha de 2013 en Castilla-La Mancha (el mayor viñedo del mundo) ronda los 25 millones de hectólitros. O sea, una barbaridad. Claro, hemos de entender que en tal vastedad de territorio y de producción se den peculiaridades, bastantes de ellas reseñables, y alguna muy singular como es el caso del enclave natural situado en el Campo de Calatrava, cerca de Almagro, en Ciudad Real, con sus volcanes extintos que estuvieron activos entre el Plioceno y el Cuaternario. Estos cráteres del sistema volcánico de la zona tienen en el Monumento Natural del Maar Hoya de Cervera su expresión más notoria.
El maar es un cráter de explosión hidromagmática; ahora ya solo queda una profunda depresión y el de la Hoya de Cervera tiene su encanto no solo por el paisaje circundante sino además por su flora y fauna. La hoya se encuentra en lo que desde hace tiempo fuera una antigua encomienda, y ahora se trabaja una explotación agrícola (B. Encomienda de Cervera) enorme que produce queso (de oveja negra manchega), aceites de oliva virgen extra de muy alta calidad (su arbequina 1758 Selección acaba de ganar el Primer Premio Románico Esencia de aceites de arbequina) y, por supuesto, en la finca hubo viñedos y bodega que ahora se han reconvertido en una suerte de combinación muy lograda con lo más tradicional a las modernas técnicas de vinificación.
El lugar es sobrecogedor en su sencilla belleza natural; en tal ambiente la naturaleza se ofrece como tal: solitud, calma y paz que disfrutan todos los seres vivos que lo habitan, desde la flora y fauna, pasando por los olivares y los viñedos, hasta los vinos que reposan en una bodega recogida y muy especial en su conformación. Visitar y conocer un enclave así es tan recomendable como otros superconocidos y masificados, pero con la ventaja de que ahí se respira austeridad y autenticidad. En mi visita un mediodía de Diciembre, los aires otoñales se transmutan hasta exhalar notas visuales y climáticas propias de la primavera. Mas la luz, esa luz intensa y limpia engastada en la pureza del ambiente; además, la altitud también juega su papel. Todo un privilegio que cuesta digerir ya que las sensaciones se acumulan y te transportan a una vida que ya no se da, que ya no tenemos.
El paisaje del enclave en su conjunto rompe la uniformidad típica de La Mancha; y se antoja que es proclive a dar vinos interesantes. Por lo pronto la realidad es que se están haciendo las cosas con sentido, buscando que ese carácter diferencial del terreno se transmita luego a los vinos, que son tratados con esmero en la bodega original de 1927 con sus depósitos ganímedes modernos más los de cemento en forma de tinajas y el parque de barricas.
Todo lo apuntado se casa para que luego PÓKER de Tempranillos 2010 (vino elaborado con uvas de cuatro clones de tempranillos de distintas procedencias –Rioja y Ribera entre ellas-) presente un color rojo cereza con rasgos granate en capa fina, cubierto. Al vino le cuesta abrirse en nariz; si se le da tiempo muestra un perfil sugerente y complejo: van apareciendo primero notas de frutas rojas jugosas, además de regaliz, haba de cacao y apuntes avainillados y tostados. También se perciben atisbos de caramelo de licor, y siempre los aromas están arropados por una mácula esotérica (¿será el volcán extinto y el subsuelo de minerales calcinados?) que invisten el vino con un perfil singular.
En boca, la entrada es suave, fresca; paso de boca ágil con sensaciones táctiles bien delineadas con taninos puliéndose por un peso de fruta sutil, y un hilo conductor mineral que logra que el vino despierte destellos de luz imbricada en finura esmerilada que desemboca en un posgusto fino, a la vez que ligeramente amargoso. Retronasal media.
El vino gusta. Gusta por su carácter único que rompe esquemas en el mayor viñedo del mundo.