“ Criteria to consider when defining the colour of wine: the sensation of colour perceived, and the luminosity or radiant energy emitted. In addition, three further factors intervene: light source; the behaviour of the object exposed to the light, and the observer’s capacity to interpret a sensation.”
ALFREDO SELAS, a contribution and holistic approach to wine appreciation (ver en este mismo blog)
Luminiscencia se podría definir como la capacidad de un ser vivo de brillar con luz propia. Me gusta la palabra, pero como es evidente que un vino no tiene luz propia… igual nos puede servir el término luminosidad.
¡Ah! ¿Pero los vinos tienen luminosidad? Claro. Y brillo también. En ambos casos es sumamente importante la información que transmiten.
Empezando por el principio diremos que los antocianos monómeros y las flavonas (con el fenómeno de la copigmentación entre estas y otras sustancias) son los responsables de los colores en los vinos. Igualmente apuntaremos que el cromatismo del vino es el espejo en que se ve el alma del vino. También repetiremos que –por otra parte- los colores en los vinos dan notas monocordes que por tanto enseguida aburren al órgano de la visión (bueno, más precisamente al cerebro, que procesa la información).
Además precisaremos que para la correcta definición de los colores de un vino, se han de considerar tres magnitudes psicofísicas: limpidez/brillo, cromatismo y tonalidad. Es en esta última donde se puede engastar el concepto luminosidad. (Luminiscencia sería el término sobrevenido dependiendo de la copa y de la fuente que irradia la luz).
En un vino tinto moderno hay sobre todo saturación de color. Pero en un vino clásico y muy evolucionado de Rioja, por ejemplo, el concepto luminosidad es patente: con el paso del tiempo del vino en botella, la progresiva desaparición de las sustancias que ceden color propician una menor tonalidad e intensidad colorante, incluso aunque no haya precipitación de materia colorante polimerizada. Ahí es donde, a la vez que se perciben los colores rubí/teja, se aclara mucho la tonalidad y se puede percibir por tanto luminosidad en la copa; por supuesto siempre que el vino tenga acidez natural (y consecuentemente su brillo y viveza) y haya una fuente de luz cerca de la persona que observa.
VINOS DESLUMBRANTES
Hay tantos matices luminosos como vinos. Probablemente los tonos, a veces apagados, de un trockenbeerenauslese alemán no deslumbren en la copa… pero sí lo hace en la boca. Sin embargo un sauvignon blanc neozelandés o un verdejo luminoso de zonas altas de Rueda naturalmente exhiben luz y viveza. No olvidemos que el concepto vino deslumbrante no reside en su precio (que deslumbra por caro); ni en su nombre (que asusta por “mítico”); ni en su etiqueta con diseño artístico y de márketing… no. Es en boca donde un vino, tanto un PX de categoría como un cava brut nature joven y fino, pueden despertar –al tomarlos- sensaciones celestiales de altura y por ende luminosas.
Finalmente –hablando de luminiscencias- querría poner en valor el concepto VINOS TINTOS DE LUZ.
Para captar el sentido total de un tinto de luz es necesario conocer, haber estado en el lugar donde tal vino ha sido producido y que claramente proyecta su ambiente geoclimático. Altitud, más aires limpios y cielos abiertos, es igual a luz. Una luz inmaculada, prístina e inaprehensible, propia de cielos altos y despejados casi todos los días del año; en terrenos donde la madre naturaleza desata sus pasiones por causa del vértigo de la altitud; allí donde el rey sol, abusando de su poder, castiga sin piedad con una insolación constante las cepas de parajes inhóspitos, solitarios, donde solo pervive la vida salvaje.
De ahí salen uvas y luego los vinos que, al olerlos, y más aún en boca, te llevan a sentir sensaciones luminosas, tanto por los aromas nítidos de frutas nítidas y frescas como por los finos y esmerilados matices en boca (que alguien podría llamar minerales) que recuerdan a los destellos del sol quemando el pedernal. Sientes que estás tomando tragos de luz.