Ahora que el verano empieza a declinar y están las uvas en los viñedos riojanos en pleno fragor, sintetizando ricos antioxidantes y sustancias polifenólicas para que luego produzcan vinos longevos… no, no vamos a hablar de la enzima prodigiosa que revitaliza las células y restaura el vigor. Ni de esa noticia que afirma que ciertas personas durante algún periodo de su madurez sorprendentemente rejuvenecen (¿…?)
Pero sí hablaremos otra vez de vinos; de algunos que se saltan las leyes de la física, la química y la biología ¡y al cabo de los años aparecen maravillosamente jóvenes!
¡Ah! ¿Pero hubo alguna vez un vino que estaba “mejor” para beberlo diez años después de su salida al mercado? Me temo que va a ser que no. Por más que se empeñen ciertos gurús/prescriptores del ramo en decir que tal vino estará en su punto óptimo de consumo dentro de un porrón de años.
Eso fue una estrategia de marketing que se inventaron –antes de que existiera el marketing- los “negociants” y “entendidos” ingleses y franceses por razones que no vamos a explicar ahora. Estrategia comercial que les salió muy bien, por cierto.
Señalemos dos certezas. Una: los vinos excelentes están siempre óptimos para disfrutarlos… pero en distintos estadios de su evolución. Y la otra: aquí, en Rioja, también se estableció una estrategia – también con muy buenos resultados, pero más honrada y sufrida – que es la clasificación comercial basada en tiempos de crianza, para marcarle pautas a los consumidores.
Dicho lo anterior, sí es cierto que hay algunos tipos de vinos que, una vez terminados, necesitan años para mostrar lo más esplendoroso de su morfología. El caso más notorio probablemente sea el de los grandes oportos Vintage: la extracción brutal de polifenoles que sufren durante la fermentación y el posterior encabezamiento con aguardiente vínico, necesita de al menos un puñado de años para que todo ello se integre, ya fuera de las pipas, por lo que se podría decir que rejuvenecen a la vez que maduran en su fase reductora en botella. O sea, que un trago de un Vintage de ocho años es un chute de juventud que te echas al coleto.
Otro caso también paradigmático puede ser -por otras razones- los vinos Trockenbeerenauslese alemanes (¡ay, la riesling y su difícil madurez!) y su endiablada clasificación por grados Oechsle de dulzor… hasta que se integran sus altas acideces en los azúcares más su componente de podredumbre noble, los vinos maduran de un modo digamos muy jovial; vamos, como en El Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde.
Y hablando de longevidad jovial, no podemos por menos que resaltar el maravilloso caso de los vinos finos del Marco de Jerez que, gracias al misterio de la crianza biológica, sacados de la bota después de seis o más años en el sistema de criaderas y soleras, muestran un color tan limpio, pálido y brillante, y unos aromas tan punzantes y primorosos, y una boca tan delicada y delineada que parece fueran esculturas recién cinceladas de Miguel Angel.
¿Y qué hay del tema a propósito en los tintos de la DOC Rioja? Bueno, dejaremos para una próxima ocasión tratar de la claves en su cata para saber cuándo y cómo están “rejuveneciendo” una vez embotellados.