Reconozco que (aunque no tengo intereses comerciales en la industria del vino) estoy harto de leer con cierta frecuencia en prensa, revistas especializadas, internet y otros medios acerca de los errores que se cometen a la hora de eso que llamamos (¡ay!) protocolo y servicio del vino. Suena cansino. Aburre. Mina la moral de aquellas personas consumidoras o aficionadas que solo quieren disfrutar con un vino.
Déjennos a los sumilleres los menesteres relativos al caso; si acaso. Pero solo en aras de un servicio bien entendido para el cliente, servicio al que tiene derecho por pagarlo en un establecimiento público.
Será en esta ocasión porque se acerca un periodo de gran consumo de vinos y, ¡ea!, ya tenemos otro artículo: “23 errores garrafales del vino” glosando (o mejor, abrumando) con toda esa retahíla de lo que sí se tiene que considerar o lo que no se debe hacer desde antes de comprarse una botella hasta dormir la modorra después de bebérsela.
No se trata de eso. De verdad que no. Por causas que no quiero traer a colación aquí, en algunos momentos en ciertos lugares se instauró una serie de “normas” con respecto a cómo proceder para beber un vino (¡ah! Pero ¿se puede pontificar sobre tal asunto?) Pues, si bien es cierto que muchas de ellas son de sentido común, no necesariamente siempre han de venir a cuento. De nuevo digo que hay que socializar el disfrute del vino; y no echar a las personas para atrás en el intento.
Sí, es cierto que la mayoría de las personas no “saben” ciertas cosas básicas en el servicio del vino y cierta parafernalia adherida. Pero al menos, una vez abierta la botella, su contenido se puede disfrutar –de un modo u otro- sin menoscabo de su calidad; a diferencia de, por ejemplo, cerveza o café donde sí es realmente importante cómo se sirven para disfrutar sus cualidades organolépticas. En el caso de las cervezas de barril se empobrece la caña mal tirada, y en el caso de los cafés ya ni te cuento: no exagero si digo que muchísimos de los cafés que se sirven en este país la preparación y el servicio son deplorables por falta de la competencia necesaria de quien los sirve y carencia de sensibilidad de quienes los toman.
La calidad y el precio. Si se rompe el corcho. Airear o decantar. El asunto del orden a seguir en una comida. Las temperaturas correctas. Uf! Las copas y su parafernalia. Eso de cuanto más viejo mejor. El número circense de los accesorios. Los maridajes ¡qué palabra más fea! Y, en fin, otros temas que se escapan a quienes no están en la profesión de quien esto escribe. Por eso, si alguien quiere saber alguna cosa realmente imprescindible que debería hacer para no cometer “errores” al respecto, que me lo diga; le daré dos o tres claves y se quedará a gusto.