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VIAJE AL CENTRO DE LA RIOJA

A Ollauri –en el corazón de la rioja alta- le tengo mucho cariño por ser un pueblo singular. Hay que decir que existen muy pocos lugares en La Rioja con el encanto especial que se respira en Ollauri cuyo nombre, por méritos propios, ostenta protagonismo como uno de los territorios del vino en La Rioja (y no solo por el número de bodegas). En Ollauri habita gente muy sana, sencilla y práctica; desde su Ayuntamiento, calladamente y sin darse importancia, dando facilidades, se ha posibilitado el asentamiento de nuevas e importantes bodegas. Por esa y otras razones de peso y calado  (¡!) Ollauri sin duda es –en sus calaos históricos de la antigua bodega Conde de los Andes- un hito con el mismo grado de majestuosidad e importancia que otras bodegas centenarias del Barrio de la Estación de Haro. Ollauri, finalmente y felizmente, desde ya pasa a ser también piedra angular y referencia del enoturismo del presente y del futuro en la DOC Rioja con la apuesta, firme y medida, que Murielwines (Bodegas Muriel, de Elciego) está construyendo desde el año pasado.

UN PASO EN EL TIEMPO

El patrimonio arquitectónico en los territorios del vino en La Rioja es –además de extenso y original- variado en sus dos tipologías: la excavada en el subsuelo y la aérea construida en edificios-bodega que, a su vez, tiene dos tiempos de eclosión, la de la segunda mitad del siglo XIX y la actual con numerosas muestras de bodegas de diseño vanguardista que integran, además de las zonas de elaboración, salas de barricas y botelleros, almacenaje y expedición, una cuarta zona: la parte social en bodegas que deciden abrirse al público y que –en los últimos tiempos- además sabiamente explotan el enoturismo, que no es moda sino ese otro factor que ha venido a quedarse porque es el que le está proporcionando al negocio del vino su valor primordial: conectar la comercialización del mismo con las personas consumidoras a través de experiencias lúdicas y de lo emocional. No lo olvidemos, el turismo del vino está todavía por desarrollar y tomar cuerpo dentro de la DOC Rioja.

Es por esto que la apuesta de Bodegas Muriel por Ollauri en sus calaos históricos es, además de inteligente y audaz, realmente encomiable.

Primeros de Marzo de 2016 en Ollauri. Está empezando la primavera y están empezando asimismo a desarrollarse los  servicios de acogida y agasajo que ya se  prestan en Conde de los Andes, la bodega joya de la corona de Murielwines. Hace frío y hay mucha humedad en el barrio de las bodegas, en la parte alta de Ollauri; pero el entramado de sólidos edificios-bodega construidos con piedras de sillería permanecen incólumes, ajenos a la intemperie. Al traspasar la puerta de entrada al espacio de recepción de visitas de la bodega, el ambiente cambia: entras en un espacio cálido, diáfano, amplio, dimensionado en su profundidad y altura; sobria decoración que recoge y muestra el ambiente austero y amable del exterior. Se respira estilo y se percibe la clase y el empaque de un lugar sagrado en la historia del vino de Rioja.

Por eso están trabajando la familia Murúa (con la colaboración de Cristina Hernando) para definir una oferta enoturística que seduzca al transmitir un legado que recorre más de cinco siglos de historia; enlazar la cultura tradicional aprendida de sus mayores con lo actual; trato cercano, atento y sincero a todas las personas que apetezcan descubrir el impresionante bagaje histórico, artístico y vinícola que esconden la infinidad de calaos –ahora interconectados en un laberinto poblado por cientos de miles de botellas-.

Se tenga más o menos afición a la cultura del vino, no puede uno quedarse indiferente tras la visita. Es realmente impactante por la cantidad de impresiones sensoriales que se reciben: calaos construidos a través de  varios siglos que llegan a profundizar hasta  40 metros bajo el monte “gurugú” como el que alberga viejísimas cubas montadas  por los cuberos in situ; el de “la flor” es sencillamente espectacular por la sencilla solución arquitectónica de estilo mudéjar a base de ladrillos; en otro, un sucesión de arcos únicos mezclados en su estilos, recogen muchos siglos de trabajos esculpiendo paredes de roca o reforzando techos de arenisca, siempre al servicio de una arquitectura funcional pero realizada por canteros “con arte”.

Construido con piedras de sillería, el calao de “los candiles” es distinto a los demás por su amplitud y fondo, ahí se les concede a los visitantes el privilegio de coger una botella de los grandes reservas que duermen en los botelleros y degustarla en medio de una atmósfera de silencio y recogimiento. En fin, “el cementerio” sala cuyas paredes están vestidas de botellas apiladas donde las telarañas hacen la función del yeso uniéndolas; bajo el monte “churrumendi” el calao de “los gallegos” es un  interminable recorrido en metros y siglos de excavaciones. Al subir otra vez a la luz, después de tanta oscuridad, ilumina la salida un inmenso mural pintado en las paredes  por José Uríszar, pintor de Haro e igualmente experto en vinos.

SALTO EN EL TIEMPO

Desde la bodega madre en Elciego, Javier Murúa sustenta, nutre y dirige todo el complejo integral (explotaciones de la parte productora y la de enoturismo) de la bodega Conde de los Andes. El concepto con el que trabaja es abrir y cerrar todo el ciclo del vino; para ello tiene el claro que lo más importante es el vino, la uva, instalaciones de elaboración, parque de barricas para el nuevo vino de la bodega…  de tal manera que lo novedoso de la bodega es producir vinos actuales que complementan a los clásicos grandes reservas que duermen en los calaos. La inversión, en un proyecto desarrollado con ilusión, ha sido en bodega e historia pero –argumenta- el vino es un negocio a largo plazo que, en este caso,  invirtiendo en Conde de los Andes y su bagaje histórico singular, va a cimentar aún más  su grupo de bodegas que ya funcionan exitosamente a base de transmitir sinceridad y lograr que así se interprete en sus vinos.

En lo que a vinos se refiere, ya ha salido al mercado CONDE DE LOS ANDES 2013, el vino propio de la bodega que presenta un rojo cereza de buena capa; nariz especiada, serrería, recuerdos de frutos rojos con ecos balsámicos y notas de torrefactos; todo en un perfil que aúna clasicismo y modernidad. En boca es suave, agradable, envolvente en el paso de boca con sensaciones táctiles acariciantes; posgusto limpio y retronasal intensa, de alguna manera enlaza con sus prestaciones sápidas (en botella borgoñona y escueta presentación) con el clasicismo que atesoran esos otros cientos de miles de botellas que atesora la bodega.

Temas

Claves de vinos y apreciación sensorial

Sobre el autor

Sólida formación como docente en Cursos de Análisis Sensorial de vinos y otros productos agroalimentarios; dilatada experiencia en servicios de alta gastronomía; disfruta transmitiendo su pasión por el mundo del vino y su cultura. Desde 2001 colabora en ayudar a descubrir lo fascinante del uso de los sentidos para gozar plenamente del los vinos y gastronomía en La Rioja. Director de www.exquisiterioja.com


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