A veces suceden cosas extraordinarias. Suecia -situada muy lejos del circulo de países europeos productores de vino y donde la distribución y venta de vinos sufre un férreo control estatal- está a la cabeza en los últimos años en la sumillería mundial.
El sueco Jon Arvid Rosengren acaba de proclamarse Mejor Sumiller del Mundo 2016 en Mendoza, Argentina, en el concurso de la ASI (Asociación de Sumilleres Internacional) donde también estamos representados los sumilleres españoles a través de la UAES (Unión de Asociaciones Españolas de Sumilleres).
Alfredo Selas, autor de este blog, sabe muy bien de la dureza de los concursos de sumilleres profesionales; no en vano ganó dos, quedó segundo en otro y fue tercero en la edición Mejor Sumiller de España 2004 celebrada en Oviedo. El de Mendoza, por supuesto, ha sido una competición de altísimo nivel, con once pruebas terriblemente exigentes donde se expresan hasta extremos delirantes los conocimientos y capacidades profesionales sobre vinos, bebidas, todo tipo de productos agroalimentarios, gastronomía y servicios habituales que realiza un sumiller en el restaurante.
En España (en La Rioja también, aunque somos poquísimos) hay un buen número de sumilleres profesionales con un excelente nivel; formados, entusiastas, entregados con pasión en su profesión. Sin embargo, teniendo en cuenta que estamos entre los tres primeros países más grandes en el mundo del vino, no llegamos a tener esa relevancia internacional (quizá ni siquiera nacional aunque la cosa está mejorando). ¿Por qué? Es muy cruel la realidad pero así hay que decirlo: en España los servicios de hostelería y restauración, exceptuando los casos donde se prestan servicios de alta calidad, son para echarse a llorar. Hemos tratado el asunto en este mismo blog con anterioridad; pero la realidad es muy tozuda.
Formación, formación, formación. Y, claro, consideración por parte de cierto empresariado hostelero que desgraciadamente siguen columpiándose mientras hacen caja y se quejan.