fotos by Alfredo Selas
Unos días atrás, en una experiencia especial (con cena campestre y cata) de Exquisiterioja dirigida por mí para un grupo de amantes del vino de Rioja, tuvimos la oportunidad de catar vinos de distintos estilos, añadas, procedencias, tipos de roble, etc., para ofrecerles una visión integral de lo que estos territorios de vinos cercanos a Haro dan de si.
Pero antes, para entrar en contexto, hice hincapié en la necesidad de saber qué es el vino, cómo de alguna manera similar a nosotros, es también materia viva, pura energía en transformación; puro ansia en constante regeneración y retrueque. Puro avatar. E inisití: el vino tiene magia. El vino es puro avatar una vez que se genera en la fermentación. El vino en su concepción primigenia, al descubrir y constatar el poder eufórico y transgresor del mosto fermentado, los primitivos chamanes se lo apropiaron invistiéndolo (o mejor trasvistiéndolo) de un carácter sagrado. Espabilados que eran ellos.
El proceso fermentativo es un fenómeno tremendamente salvaje: las sustancias del grano de uva sufren una poco menos que desintegración total a nivel molecular (que se percibe nítidamente cuando pruebas un vino recién fermentado) También -gracias al metabolismo de las levaduras que transforman los azúcares en alcohol- tiene su punto exotérico, mágico. ¿Por qué? Gracias a la fermentación se liberan todos esos ácidos naturales o sustancias que la planta había sintetizado y almacenado en la parte interna del hollejo, o piel del grano de uva, y pasan al vino. Esas sustancias -¡voilá!- son las responsables de los colores, aromas y sabores del vino.
Durante la cata – que disfrutamos a pie de viña, al aire libre y después de ponerse el sol – quise llegar más allá. No es solo que el vino (especialmente el tinto) aquilate propiedades quizá todavía desconocidas, tampoco queriendo obviar el alcohol (recordemos que el alcohol, junto con la acidez y la fruta son los tres pilares que conforman el concepto EQUILIBRIO del vino) con sus conocidos efectos.
Sucede que si me tomo un buen vino (o un queso, o un espárrago triguero) lo disfruto en tanto en cuanto ello me produce un impacto sensorial: hace trabajar a todos mis receptores, los cuales envían señales al cerebro para que este los descodifique; y mientras ello sucede, en tal empeño, estoy viviendo intensamente, sintiendo; y –como las sensaciones son placenteras- disfrutando vivamente. Pero, bueno, al final lo dije: “he de reconocer que el vino tinto posee, y por lo tanto regala, algo que otros vinos y también otros productos agroalimentarios no dan.”
Quizá sea una dimensión en la que uno pierde esa resistencia al paso de tanta electricidad estática, maligna, propiciada por tanto desafuero como hay por doquier… y el vino tinto (los vinos que se elaboran a partir de uvas mágicas del territorio de viñedos en el cual estábamos disfrutando) especialmente tomándolos ahí, en ese ambiente único, sublima el momento. (Y mucho más aún si te baña la luz blanca de una majestuosa luna llena enfrente de ti).-