A la mayoría de las personas que gustan de los vinos no les preocupa demasiado qué hay en ellos, su alquimia compositiva o las emociones que su ingesta propicia. Más bien suelen quedarse con –y también disfrutar- lo más inmediato: las sensaciones placenteras que se derivan principalmente del componente alcohólico.
Sin embargo hay mucho más en un vino. Secretos seductores que suelen pasar desapercibidos, pero que sin duda marcan con su impronta a quien os degusta, a menudo u ocasionalmente.
Para las personas consumidoras de vinos, estos tienen unos secretos (llamémosles “aparentes” o determinantes) como son: calidad, tipo de vino y precio. Factores que suelen responder a preguntas como ¿qué necesito? ¿qué me gusta? O incluso ¿quién soy?
Cuando, en mis sesiones de cata de vinos o en las escapadas que realizo en EXQUISITERIOJA (www.exquisiterioja.com) algunas personas suelen preguntarme cual es para mí el mejor vino, no suelo dar marcas, en todo caso nombro el último vino que me emocionó; y es que no es tanto cuestión de calidad objetiva (excepto para los “expertos” recalcitrantes del mundo del vino) pero sí es asunto a considerar otros aspectos cruciales, a saber:
La ocasión en que se disfruta ese vino
Las personas con quienes se compartió
La comida que se degustó en la ocasión
El contexto en que se disfrutó
La persistencia del recuerdo (tanto la retronasal como la intensidad emocional que dejó en el poso de la memoria)
Visita y cata de vinos en Bodegas Tobía, Cuzcurrita, primavera 2018