En el color de su mirada pude percibir la limpieza y nitidez de su deseo, que era ofrenda. Inhalé en un suspiro los aromas que desprendía su piel fragante: aromas florales, voluptuosos; cítricos, pura alegría y exaltación; especiados, con su predisposición a morder; balsámicos, en fin, con sus implícitas sensaciones de alivio. Ella me dio a beber en su boca palabras de su lengua, impregnada del vino delicioso que compartíamos en la copa. Y saltó un chasquido eléctrico que relampagueó en lo más profundo de nuestros cerebros. Así lo compartimos. Mientras hicimos el amor, no sé qué lenguaje utilizó; yo me dejé llevar por mis sensaciones. Si fue la sal o la miel o la textura que sublimó el instante en que el vino se derramó… su grado de entrega no puedo calibrar en qué se sustentó. Mas persiste todavía. Como un buen sumiller ante un vino maravillosamente complejo, la había interpretado correctamente