Los más afortunados (quienes han tenido la oportunidad de atender un curso de cata por mí impartido) ya saben por qué les gusta un vino. Pero hoy quiero plantear la otra común pregunta reseñada en el título de arriba.
Digamos primero que somos víctimas de nuestro propio subjetivismo atroz que atenaza y constriñe nuestras percepciones sensoriales. Vamos, que generalmente no les hacemos caso. Y así nos perdemos tanto…
Os propongo algo muy sencillo: a la hora de tomar un vino desconocido, coged la botella y reparad en el tacto del vidrio y en la temperatura, que ha de contrastar con la de vuestra mano; leed la etiqueta sin ideas preconcebidas. Servid el vino con alegría y reculad sobre el tiempo de la infancia dejandoos llevar por los vivos destellos del vino en la copa.
En la fase olfativa incidir en que no se trata de buscar/nombrar el aroma escondido o manifiesto (como hacemos los sumilleres/enólogos enterados, con tanto marear el vino en la copa). De lo que se trata es de olisquear y dejarse seducir por el aroma predominante que lidere la familia o el acorde aromático dentro del vino. ¿Qué es lácteo puro como en un Abaxterra 2009? Pues qué bien. ¿Qué es aroma de piñones como en un Aljibes Shyrah 2005? Pues fenómeno. ¿Qué sí, que huele a… eso, pero no se nos viene la palabra a la boca? Pues qué más da. Disfrutadlo, que si huele bien seguro que está rico.
Y luego en la boca dejad que las sensaciones sápidas, táctiles y aromáticas inunden todo desplegando oleadas de placer, que puede ser de una intensidad mayor o menor pero que si se produce, es porque ese vino tiene sustancia. Por lo tanto a beberlo sin más y obviad –si es que las habéis leído- opiniones crípticas o literaturalizadas acerca del mismo. Que hoy en día hay mucho cuento y estamos perdiendo lo esencial que es nosotros mismos y el momento.