En una ciudad histórica española hay una calle que se llama HOMBRE DE PALO en recuerdo de un autómata de madera, construido por el relojero de Carlos V, que transitaba por la misma ante el asombro y la perplejidad de la gente.
Este título viene a cuento por lo de la madera, y a propósito de la designación del nuevo hombre-Parker para España, Neal Martin. Efectivamente, la revista norteamericana THE WINE ADVOCATE, del inefable amigo americano Robert Parker y sus automatismos, en su nuevo acólito para España, el británico Neal Martin, ha publicado un informe en donde de 702 vinos catados en La Rioja solo 38 alcanzan 95 puntos; y algunos de ellos resultan ser viejas añadas. Esto, por una parte puede que coja con el pie cambiado a más de un bodeguero, pues después de los esfuerzos por producir vinos al gusto Parker y del anterior prescriptor Jay Miller (potencia, roble nuevo, alcohol) resulta que ahora llega otro con su distinta estructura física y mental que viene a valorar el otro estilo de vinos, por otra parte típicos de La Rioja. Yo, desde luego, lo que entiendo es que no deja de parecer el clásico asombro del neófito que encuentra que en La Rioja -además de en Burdeos- también se dan vinos que envejecen con clase. ¡Vaya descubrimiento!
Ya sé que nadie me lo ha preguntado, pero a mi particularmente me gustan tanto los vinos “parkerizados” como los estilizados, con tal de que siempre se encuentre en ellos la palabra mágica: EQUILIBRIO. Ya sabemos que se abusa, y mucho, del roble por las tierras de la piel de toro; no voy a descubrir las razones pues no es mi problema, pero de siempre he dicho que la madera es el maquillaje del vino y que siempre hay que buscar la fruta que es lo que importa.
NO HAY VINO PARA TANTO ROBLE
O, como dice Neal Martin, menos roble, menos alcohol, más fruta y más carácter identificador. A principios de este 2012, en una feria de vinos españoles, tuve la oportunidad de catar un vino el cual –como hago siempre- caté sin querer conocer a priori su ficha técnica ni su precio; bueno, realmente el perfil –de alguna manera adquirido- era diferente para mí con un aroma inconfundible, junto a otros de la misma familia, a bellotas. Resultó ser un vino navarro madurado en roble de la tierra. Por supuesto –y siquiera por ese rasgo distintivo y sutil- me gustó. Quizá fuera también por ese prurito profesional, sensorial, humano, de buscar siempre algo nuevo.
¿De verdad en La Rioja que, junto a Jerez en distinta manera, es la cuna del uso del roble en los vinos debe importar que el gurú americano cambie de parámetros o aparezca con un nuevo acólito y otros postulados mentales a la hora de apreciar o puntuar los vinos? Pues la verdad que no. ¿Por qué? La Rioja y sus vinos están muy por encima de todo eso y de los vinos “parkerizados”; por tanto será -siempre lo ha sido- lo que dan de sí sus uvas y sus terruños y sus gentes. Pues eso, las gentes del vino en España, en Italia, en algunos lugares de Francia, se supone que ostentan la idiosincrasia propia del Mediterráneo, donde el arte y la intuición tienen su impronta; o sea, nada que ver con lo anglosajón y sus automatismos o reglas a piñón fijo.