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LLEGUÉ, ESCUCHÉ, VENCÍ

Reconozco que, compelido como estoy por el hecho manifiesto de la nula importancia del sentido del oído para el ejercicio de la cata, tiendo a dar por asumido que el de la audición es un sentido “menor”.  Nada más lejos de la realidad.

Soy perfectamente consciente de que oir es un privilegio; tanto como puede serlo ver, saborear, oler o guardar el equilibrio.

Resulta que he visto el vídeo  en el cual una mujer inglesa es captada en su emotiva reacción al ser capaz de percibir sonidos por primera vez tras cuarenta años de vivir en  absoluto silencio por haber nacido sorda http://www.elmundo.es/internacional/2014/03/28/5335c41de2704e45078b457e.html  . Le han implantado un dispositivo electrónico que estimula los receptores sensoriales de la audición y que su cerebro está empezando a reconocer como sonidos. Nada más y nada menos.

 Probablemente sea la lógica respuesta emocional ante las expectativas –anunciadas- de poder integrar en su experiencia vital el sentido de la audición.

A la hora de interactuar, de comunicarnos, de intentar persuadir, las personas podemos –además de con palabras- hacer uso de submodalidades  comunicativas, entre las que podemos destacar las señales visuales, auditivas y kinestésicas. Qué duda cabe que esa mujer tiene que ser una experta en interpretar las señales visuales y kinestésicas al relacionarse, pero ¿y las auditivas?

Para mi como ser humano (y a estas alturas de la evolución) el oído es el sentido de la escucha. En lo relativo a la comida el oído sí es fundamental por múltiples razones, pero en el acto de beber (o de catar) vino si escuchar juega algún rol es sobre todo como elemento distractor: nos dejamos influenciar por quien esté al lado dando sus opiniones o bien haciendo uso de la lírica del vocabulario florido de la cata.

Otra consideración a propósito del sentido de la escucha es el factor sociogénico del oído cuando se toma vino: tiene una relación directa con el medio social en que nos desenvolvemos; bebemos y charlamos como otro elemento de socialización.  Por otra parte la lectura contraria es que, si estamos degustando un vino y de repente oímos un ruido inesperado o alarmante, automáticamente se interrumpe la acción o se arruina el momento de placer de la degustación.

Entiendo que lo más fascinante que se puede inferir del sentido de la audición a la hora de apreciar sensorialmente un vino es el componente emocional, el posible juego de sinestesias: ¿a qué huele el sonido del chorro de cava cayendo sobre el vientre de aquella chica en el ambiente de intimidad en que estábamos gozando? ¿Cómo se paladea el sonido del oleaje mientras, en medio de la noche justo al lado de la costa rocosa, ella y yo intercambiábamos el vino de nuestras bocas?

Quizá un día alguien acabe produciendo un vino totalmente multisensorial que nos sorprenda interactuando con todos (pero TODOS) nuestros sentidos.

Y finalmente, como sumiller, tengo que decir que SÍ es relevante el oído en el servicio del vino: el vino debe ser escanciado no descuidadamente y a borbotones, sino con elegancia, con un chorro totalmente homogéneo y controlado.  Ello será otro factor de excelencia en el servicio, además de que ver y escuchar el vino facilitará un mejor disfrute del mismo a la vez que propicia una mejor disposición para la deglución de los alimentos.

 

 

Temas

Claves de vinos y apreciación sensorial

Sobre el autor

Sólida formación como docente en Cursos de Análisis Sensorial de vinos y otros productos agroalimentarios; dilatada experiencia en servicios de alta gastronomía; disfruta transmitiendo su pasión por el mundo del vino y su cultura. Desde 2001 colabora en ayudar a descubrir lo fascinante del uso de los sentidos para gozar plenamente del los vinos y gastronomía en La Rioja. Director de www.exquisiterioja.com


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