Si el factor diferenciador de los vinos auténticos de la zona más occidental de la DOC Rioja –la rioja alta- solía ser el plus de fina acidez, junto al equilibrio entre esta y la fruta, más el potencial de guarda por estas razones y al trabajo con las barricas… me planteo conocer cómo son ahora esos vinos que provienen de viñedos que sobreviven en los verdaderos límites de la zona, en esta parte de los Montes Obarenes, es decir, las Conchas de Haro, Villalba, El Ternero, Sajazarra, Cellorigo, Cuzcurrita y, en fin, también la zona sur de la N-120 vecina de la Sierra de la Demanda.
¿Vinos que son cautivos de las vicisitudes de cada cosecha, como solo pueden serlo aquellos procedentes de los viñedos arriesgados de zonas difíciles por extremas?
En todo caso vinos de tierras de frontera, de encuentro entre realidades distintas: políticas, sociales, geoclimáticas, mesoclimáticas. Tierras donde los índices como el de Ravaz de Relación Fructificación/Vegetación; el índice térmico eficaz de Winkler o el heliotérmico de Huglin; o la integral térmica activa, no dejan de ser retos con los que se enfrentan un año sí y otro también los viticultores conscientes.
De todas maneras, una vez que nos han contado que las fronteras más septentrionales de la Europa vitícola no están ya en el sur de Inglaterra, ni en Dinamarca, sino en Suecia, Noruega e incluso Finlandia… ¿se van a asustar los viticultores con viñas desde Haro hasta más allá de Cuzcurrita?
Y es que si estas zonas riojalteñas ya de por sí abundan en características diferenciales, lo que de verdad marca es la climatología que, sobre todo desde hace unos treinta años, se caracteriza por unas diferencias significativa entre vendimias. Llámese cambio climático u otra cosa.
Cada año hay que enfrentarse a las inclemencias sobrevenidas por el comportamiento de los fenómenos atmosféricos. Si en primavera la planta dispone de mucha agua, el reto es controlar que las cepas plantadas en vaso en suelos arcillosos, su material vegetal no se desboque y se acelere el proceso vegetativo, pues una de las particularidades de esas cepas periféricas es su ciclo, el más largo de Europa. Cuando se logra una maduración lenta y homogénea, las uvas son espectaculares.
No se ha de olvidar el régimen de vientos, que tan a menudo se adueña de la cota sur del Obarén y toda la planicie mesetaria adyacente. Aparte de las circunstancias climáticas continentales o atlánticas -con el factor determinante que supone la altitud y latitud- es muy peculiar cómo afecta el curso de los ríos, el padre Ebro, el Najerilla, el río Oja. Por ejemplo, incluso el pequeño afluente del rio Tirón por su margen izquierda, el Ea, conforma dos zonas diferentes de suelos: cascajos, gravas, arenosos y de aluvión a un lado mientras que al otro predominan las arcillas calcáreas; ello a su vez propicia un distinto componente mineral que luego se manifestará en los vinos.
VIÑEDOS Y VINOS DE TREINTA AÑOS PARA ACÁ
Las cosas han cambiado en tantos aspectos por lo que respecta a los vinos riojalteños que resulta arduo encontrarse con ese perfil aludido al principio de vinos finos, delicados, con vocación de largas crianzas. Aún así, deberíamos convenir en que el presente es muy sustancioso, con grandes elaboraciones; y el porvenir ha de ser muy halagüeño pues si es cierto que se adelantan las vendimias, donde (por ejemplo en las viejas garnachas de Juan Carlos Sancha) su abuelo apenas lograba 10º con sus uvas, hoy llegan a 16.5º y –elaborando como hace él- muy pronto vamos a disfrutar vinos que romperán parámetros de excelsa calidad.
En el mapa isotérmico de la DOC Rioja, la cuenca fluvial del Rio Najerilla Alesón, Camprovin, Badarán, Cárdenas, Baños de Río Tobía, es la más fría de toda la denominación e históricamente la más arriesgada para el viñedo; sin embargo, actualmente habrá que reivindicar la singularidad de esas viñas escondidas, extraordinarias -y ahora muy buscadas- las que se encuentran en suelos ferruginosos pobres y áridos, así como otras que se extienden a más de 700 metros de altitud (probablemente lo más alto y más al sur de La Rioja).
Ad Libitum, la bodega boutique de Juan Carlos Sancha, es un regalo cualitativo para el buen nombre del rioja. El, además de su labor en la Universidad de La Rioja, continúa la tradición familiar y, en esa zona antaño marginal, hogaño –gracias a su empuje y empeño- es un banco de pruebas fecundo: 27 variedades, más las viejas garnachas poliédricas de Peña el Gato, más los cultivos ecológicos, más el primer vino natural que saldrá pronto, más los campos de multiplicación, más la microvinificaciones didácticas. Juan Carlos hace lo que le gusta; y gusta lo que está haciendo. Y lo mejor está por llegar. Sabiduría y arte para transfigurar límites y ponerlos en una copa.
Angel Villar, viticultor y artesano elaborador de vinos peculiares, intenta elaborarlos con la fruta de cepas de garnacha y monastel de rioja, en otro tiempo desdeñadas, pero que ya están dando muy agradables sorpresas. Angel reivindica el potencial de esos pagos al sur de la N-120, entre hermosas plantaciones de nogales y otros cultivos, aprovechando laderas y óptimas exposiciones.
Por ahí se engarzan también cepas de tempranillo (ojo al tempranillo de altura, 850 metros, del Valle de Ocón, de Gonzalo de Barón de Ley) en suelos arcillo-ferrosos, rojizos, ricos en sustratos y que retienen el agua, sí, pero que, laborados con inteligencia y sentido común, en añadas propicias dan uvas extraordinarias.
En el otro lado de la Rioja noroccidental, a la vera de las Conchas de Haro y hacia Villalba, Bodegas Roda obtiene uvas de viñedos en el límite. Nos dice Carlos Díez, enólogo y director de bodega, que además se producen con prácticas ecológicas porque repercuten en la calidad final de los vinos. Esos paisajes climáticos aportan frescura, color, carácter; y si además se vinifica por separado y con levaduras autóctonas, tempranillo por una parte e incluso la graciano (delicada en su cultivo tan al norte por su hollejo fino) ahora con el cambio climático, aporta una gran expresividad y da mucho juego para el Roda reserva.
Roda continúa siendo abanderada en proyectos innovadores, con trabajos concienzudos tanto en el campo como en bodega; y los resultados son evidentes en sus vinos, que están reinterpretando con suma delicadeza y estilo definido ese perfil riojalteño, ahora en versión siglo XXI. (A 4 de diciembre de 2014, paseo con Carlos por la sala acondicionada donde los vinos en sus barricas están en plena conversión maloláctica, y puedo atestiguar que el ambiente allí dentro impacta todos los sentidos).
El Ternero, esa singularidad administrativa –Miranda de Ebro enclavado en paisaje y ambiente riojanos- probablemente sea la zona más atlántica del viñedo riojano. Sus parajes son majestuosos, el régimen de vientos, también; y las temperaturas juegan a despistar allá por la época previa a la vendimia. Esas y otras vicisitudes hacen que las uvas se protejan con hollejos fuertes, lo que unido a las maduraciones lentas, confieren a los vinos una personalidad que poco a poco irá aflorando. En ello está ahora su nuevo enólogo Raúl Tamayo.
Las vendimias más tardías de toda la denominación se dan en toda esa zona. Sajazarra, una localidad llena de encanto, en cuyo castillo la bodega del mismo nombre produce vinos de mucha raigambre, como su clima y paisaje. Villaseca, Tirgo, pueblos unidos en la cooperativa, ahora Bodegas Tarón, donde por fin han decidido –con Laura Manzanos como directora técnica- ponerse en el camino del futuro con muy buenas perspectivas; por mucho que arrecien los vientos gélidos del norte, que soplan inmisericordes gran parte del año.
Cuzcurrita, una preciosidad de pueblo con mucha historia vitícola, engalanado cada día para abrir paso al Río Tirón, que siempre pasa bravo. Ahí dos bodegas de referencia, Urbina y Señorío de Cuzcurrita, más la recién llegada Tobía, están imprimiendo carácter con trabajos serios en viñedos y bodegas. En Bodegas Urbina, Pedro Benito hijo está desarrollando una labor seria: dar visibilidad, comunicar en clave de modernidad, la realidad suculenta de unos vinos que emanan clasicismo y autenticidad. Oscar Tobía apunta que los vinos de la zona, que él denomina “rioja altísima” -probablemente el eslabón perdido entre la Ribera del Duero y la Rioja por su ambiente mesetario- nacen para envejecer muy lentamente.
En la cuenca del río Oja, en su margen derecha y cerca de Castañares de Rioja, en terrenos perfectamente planos cubiertos totalmente por cantos rodados, de origen aluvial (según te acercas al río, el pedregal se torna imposible) Finca la Emperatriz es otra singularidad riojalteña. De alguna manera es un viñedo único asentado en distintas parcelas de suelos profundos pero pobres, estructura franco-arenosa y con buen drenaje lo que provoca en la planta de vid un cierto estrés que, unido al microclima propiciado por la cercanía del río, resulta favorable en época de maduración.
LOS VINOS
RODA RESERVA 2007 se muestra limpio, frutoso, expresión profunda de frutos negros, estructura y matices minerales; elegante. En boca es dúctil y con buenas sensaciones. Con la aportación del graciano se explaya en frutas negras y especiados alegres; mineral, fino; sedoso en la boca e impecable; versátil y fresco, constante.
TOBÍA RESERVA 2010. Si aparece en este trabajo es por méritos propios al haberse sumado al empuje de bodegas que apuestan por el futuro de esta zona. Su vino es moderno, de impecable factura. Muy limpio y fragante; con un componente frutal (grosellas, endrinas) más el juego de barricas mixtas que aportan complejidad: notas balsámicas, hojas de té. Suave, fresco, sabroso y delineado en el paso de boca; con sensaciones táctiles que se redondean en un final logrado. El futuro pide paso.
PEÑA EL GATO GARNACHA 2013, terroir Juan Carlos Sancha, presenta un bonito color rojo cereza nítido, con ribetes amoratados y capa media-alta. El paisaje aromático en la copa es sugerente y sutil: aparecen notas lácteas junto a otras avainilladas de chocolate blanco; a la vez asoma el perfil frutal con frutillos rojos silvestres macerando en alcohol. Luego se perfilan atisbos torrefactos, pedernal, sobre un fondo que recuerda al humus de bosque otoñal.
En boca el vino derrama suavidad, acompañada por una fina acidez que le aporta sabrosura en el paso de boca –por otra parte ligero- Impronta táctil que se siente y agradece, y final con notas de roble y fruta por integrar en la retronasal. Sin duda un primoroso ejemplo del concepto “terroir” auténtico: suelos y clima, variedad, y la necesaria interpretación del hacedor. La mejor noticia que anuncia es que lo mejor aún está por llegar.
URBINA UVA PASA RESERVA ESPECIAL 2005. Resulta notorio cómo la unión del azar y la necesidad puede dar resultados como este vino, que presenta un color cereza con ribetes de evolución; de capa media y brillante. En nariz destacan aromas muy peculiares que al principio cuesta asociar a los de un vino tinto, pero que son limpios y luminosos con amplios registros de frutillos rojos golosos (chicle bazooka); además se perciben notas fragantes de plantas aromáticas de manantial y otros (caja de puros); retamas olorosas y hojas de té blanco; y todo sobre un fondo sutilmente especiado propio de los vinos maduros clásicos de La Rioja.
En boca es de una suavidad envolvente; fino, sabroso; paso fácil, acariciante (pura seda en el tacto bucal) con un posgusto levemente amargoso en el final que se alarga en la retronasal, evocadora de pasas y paloduz. Buenas prestaciones para maridar. Una delicia de vino por tanto como sugiere su ingesta.
HACIENDA EL TERNERO 2010 muestra un color rojo cereza con ribetes amoratados. En nariz, limpieza y gran intensidad aromática; notas de frutos negros en sazón (arándanos, ciruela claudia) engarzadas con otras sutiles del roble; hinojo que luego da regaliz, plantas aromáticas de ribazo, apuntes minerales que le confieren finura. En boca es intenso a la vez que suave. Despliega sensaciones sápidas marcadas por una acidez somatizada, que sólo he encontrado en algunos tintos atlánticos. Carnoso, paso de boca importante y ecos golosos frutales. Voluminoso, con texturas y sin estridencias. Retronasal medida.
FAMILIA VILLAR SANTAMARÍA TEMPRANILLO-GRACIANO 2012 es un vino de perfecta hechura donde se manifiesta la pureza y la expresión de viñedos al límite trabajados con esmero y con mimo; viñedos por otra parte engarzados en un paisaje de montaña. Así, muestra un color cereza con tonalidades vivas; la paleta aromática es limpia y perfilada con frutillos rojos (grosella) más esas notas de mentol (chocolatinas “aftereigth”) sotobosque y un leve fondo especiado. Boca con sabrosura, fina acidez y sensaciones táctiles sedosas. Todo un placer.
TARÓN RESERVA 2005. Vino muy agradable, que expresa con las uvas de la cooperativa la apuesta por modernizar conceptos. Y está en el camino con su color intenso, su nariz matizada con aromas varietales nítidos, y su boca agradecida en el trago con retronasal enjundiosa.
SEÑORÍO DE CUZCURRITA 2008. Ana Martín tiene las ideas muy claras con su filosofía de buscar tipicidad en clave ecológica y de modernidad. El vino es rotundo, frutal, y perfectamente delineado. Carácter de buena crianza; si se le da la oportunidad de oxigenarse, aparece con nitidez una paleta aromática de limpieza y finura. En boca muestra buenas maneras. Suave en el encuentro con taninos golosos que conforman un tacto bucal sedoso. Amplio y equilibrado, además de fresco y vivo con una justa madera en segundo plano que se manifiesta ligeramente en la retronasal. Agradable y con tintes seductores: invita a repetir el trago.
FINCA LA EMPERATRIZ terruño 2010.
Intenso rojo cereza; limpio y brillante. En nariz se muestran frutos rojos compotados con notas fragantes que recuerdan a sotobosque húmedo; apuntes que evocan algo mineral, y todo sobre un fondo levemente especiado. Los aromas aún están por desarrollar, una vez que se integre el impacto del roble.
Suave en la entrada del vino en boca; fresco, estructurado; con un peso de fruta aún por matizar y fina acidez que expande los sabores en el paso de boca. Posgusto con sensaciones táctiles con alguna arista y retronasal que evoca la madera. En cualquier caso es un vino que está en el camino de expresar el talante de la tempranillo (en esa cosecha de 13 años) y el carácter de terruño periférico de la rioja alta (por cierto, en la etiqueta se dice expresamente d.o.c. rioja alta)
Por todo lo expresado hasta aquí creo que, de esa manera lenta y solapada como suceden las cosas en La Rioja, estamos viviendo, experimentando un tiempo en el cual se han roto arquetipos atribuidos a La Rioja en sus vinos. Y estos vinos periféricos dan muestra de ello: lo que traen es el futuro, un esplendoroso porvenir lleno de muy buenas y suculentas realidades.