Me ha encogido el corazón y me ha liberado el cerebro leer la noticia acerca de cómo dos linces ibéricos hermanos –nacidos en un centro de cría en cautividad- y liberados el otoño pasado en los Montes de Toledo, uno de ellos inició su periplo a través de montes, ríos, carreteras, hasta llegar al sur de Portugal; mientras que el otro, “Kentaro”, inició su camino vital rumbo al norte, sobreviviendo al invierno mientras transitaba por las zonas boscosas de Toledo, Madrid, Cuenca, Guadalajara.
Siguiendo quién sabe qué instinto telúrico, cruzó el Tajo, pasó por Soria, Zaragoza y finalmente ha llegado a La Rioja, por las sierras de Cameros y la Demanda en sus zonas más recónditas y altas, y por aquí deambula desde hace un mes. ¿Se quedará por aquí, oteando otro gran río, el Ebro, en lontananza?
Diréis qué tiene que ver el lince ibérico en el blog de un sumiller sobre el mundo del vino y de la apreciación sensorial. Nada más y nada menos que esta historia de naturaleza salvaje y supervivencia es la misma y común a la de las cepas de la vid, e incluso a la de la especie humana… en territorios como el de La Rioja. Allá donde medra la vid quiere decir que el clima es propicio para la vida (y hoy en día para las personas, que además se da muy buena calidad de vida). Y el lince ha ido siguiendo territorios donde hay viñedos, donde todavía –aunque a duras penas- se vive en clave ecológica. Y esto lo atestigua el viaje del animal.
Es fantástico que aún hoy un pequeño animal salvaje, amenazado y ya tan vulnerable de que pueda prosperar… pueda recorrer la península ibérica casi igual que como las ardillas hace miles de años.
Sinceramente estas son buenas noticias para los vinos ibéricos y de la DOC Rioja: hay vida natural, ergo hay vinos auténticos. Aleluya!