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VARIETALES CASTELLANOS, 1. JUAN GARCÍA–BRUÑAL

Quiero ir a los Arribes del Duero. Antes de que fuera declarada Denominación de Origen, en 2005 conocí un vino, Gran Abadengo, elaborado con la variedad local Juan García. El vino me subyugó por su personalidad sutil, por su carácter de vino de verdad.

Estamos en enero de 2010, y ahora que han cesado las grandes nevadas y las lluvias de las últimas semanas salgo una mañana de madrugada de Haro, paso por Burgos, dejo Valladolid de lado y llego a Zamora, la cual atravieso hasta encontrarme con el padre Duero que baja muy crecido y revuelto. Encaro hacia Fermoselle y voy entrando en tierra de dehesas. Paulatinamente Castilla va perdiendo su anchura, la uniformidad paisajística previa, los suelos profundos y pardos, y van apareciendo los aires más agrestes de los roquedos; y se empiezan a vislumbrar horizontes quebrados. Y el agua embalsada en grandes presas.

Según me acerco a Pereña de la Ribera, sede del Consejo Regulador de la DO Arribes, me voy encontrando inesperadamente, escondidos entre peñascos, rodales (apenas se pueden llamar viñas) de cepas viejísimas, gruesos muñones leñosos que sobresalen del suelo, desnudos de sarmientos unos, otros aún sin podar, junto a esbeltos olivos de porte arbóreo. Gran parte de los terrenos de la D. O. son bancales que se miran en el río, en esta orilla (arribe) de acá pues en la de enfrente se encuentra Portugal. Enseñoreando una loma se ve Pereña, dominada por el imponente edificio de la iglesia fabricado con gruesos sillares de granito, que a su vez sobresale de entre el puñado alargado de casas que dan notas de color a los alrededores. En la ermita del castillo, de reminiscencias celtas, en unas vistas espectaculares se puede ver el río Duero encajonado al fondo de una profunda garganta. Nos encontramos justo un poco más acá del alto Douro portugués, primera denominación de origen del mundo; plantada de cepas en un continuo viñedo en bancales que acompaña al río hasta el océano atlántico.

El Parque Natural de los Arribes del Duero (done se encuentran los viñedos de la Juan García y Bruñal, o sea, los de la DO Arribes) son unos 140 kilómetros de largo por 14 de ancho de terrenos recónditos donde nos encandilan paisajes irrepetibles que hablan de lo inhóspitas que fueron estas tierras. Y de su pertinaz aislamiento. Es por esto que la Juan García, una entre probablemente un montón de variedades que se encontraban en los viñedos de la zona, con la replantación posterior a la devastación filoxérica, se quedó como varietal predominante con la aportación testimonial de la Bruñal. (Vale, vamos a decirlo: con la mentalidad productora de la época se apostó por replantar las cepas más productivas pero delicadas de la Juan García en detrimento de la más caracterizada y de racimos pequeños Bruñal).

¿VARIETALES AUTÓCTONOS DE LA ZONA?

Según Fernando Martínez de Toda, catedrático de viticultura da la Universidad de La Rioja, el término “autóctono” no se ajusta a la realidad en prácticamente ningún lugar toda vez que las cepas primeras en cada caso fueron introducidas provenientes de otros lugares, pero sí es cierto que “si consideramos los factores naturales determinantes de la producción vitícola: clima, suelo y material vegetal, el genotipo empleado adquiere un papel estratégico” y por lo tanto a través del tiempo, habituándose y prosperando la planta en un medio físico dado, puede llegar a considerarse propia del lugar como variedad local. En el caso que nos ocupa es claro cómo y de qué manera el clima resulta fundamental: zona muy ventilada y de clara orientación marítima donde los vientos atlánticos sufren un primer filtro en tierras portuguesas para luego, tras os montes, arribar a estas altitudes (700 metros) tan sanos que las plantas apenas conocen las enfermedades criptogámicas. Por ello desde tiempos remotos y por pura lógica de necesidad y aprovechamiento de recursos, el viñedo se ha dado con naturalidad.

Luego están, claro, los suelos y las primeras vides que se plantaron. Pero todo eso hay que valorarlo dentro del contexto en que se rodean: morfología, insolación, bancales, rendimientos, viñas imbricadas dentro del ecosistema, régimen de vientos, las personas y sus trabajos… para llegar a encontrarnos hoy en día con varietales únicos a los que el término ecológico no les añade nada toda vez que con estas cepas no hubo un antes y un después en las prácticas culturales.

J. G. POR J. G. (JUAN GARCÍA POR JULIO GALLO)

Y entonces llegó Julio Gallo para hacerse cargo de un pequeño proyecto multi-inversor (Bodega Ribera de Pelazas) pero generado con agudeza; el cual le fue ofrecido –gerencia y dirección técnica- tras encontrar unas cepas necesitadas de cariño y cuidados y un ambiente tan sano y luminoso que le dejó prendado. Julio apostó por mantener la Juan García y no pensar en los kilos de la tempranillo u otras. O, dicho de otra manera, podemos decir que ha habido un antes y un después de Julio Gallo en los Arribes y por lo que respecta a sus varietales. Se sabía que sus racimos eran frágiles en sus uvas de hollejos delicados, pero con un acertado aclareo de hojas y facilitando una maduración uniforme y homogénea, sin fertilizar, se conseguiría engrosar esas pieles y lograr vinos enjundiosos. Y así parece que ha sido. Julio ha llegado a formar parte del ecosistema necesario para hacer esos vinos que encandilan.

¡Quién iba a decir que por esos arribes del Duero iba a llegar alguien del otro lado del océano con las mismas iniciales que quienfuera que dio nombre a las acepas que ahí se hicieron fuertes! Y que llegaba para cambiar la historia, para voltear un acongojamiento secular, cuando no un derrotismo mamado a través de siglos de prácticas en un constante sueño de una razón que sólo producía, no monstruos, sino sólo vinillos quitapenas.

La Juan García (sinonimias: Negrera, Mouratón) son cepas de brotación precoz, que fructifican muy bien; con racimos medios y muy compactos y sensibilidad a la botritis, pero resistentes al mildiu. Manifiestan tendencia a producir, por eso hay que controlarlas para elaborar vinos de calidad; y han encontrado su hábitat particular en los arribes y terrazas del Duero con su clima especial. Por la configuración de la planta, con los racimos y sus frutos y las variables climáticas, se produce una cierta pasificación que luego resulta muy peculiar en los vinos (en los que elabora Julio, claro). En cuanto a la Bruñal, (sinonimias: Malvasía Preta en Portugal y similitudes con la Touriga Nacional) sus racimos son pequeños y apretados de uvas con hollejos duros; y medra bien en las zonas de transición entre las penillanuras y las pronunciadas laderas del arribe. Variedad resistente de vendimias más tardías que su compañera, por lo tanto aporta grado y color. Es poco productiva y por ello le asignaron papel de variedad mejorante, pero Julio le está sacando un partido espectacular, tanto que con toda razón su vino BRUÑAL nombra la variedad y esta nombra al vino.

Hablando con Julio se da uno cuenta de cómo ha entendido lo que se le puso en las manos: saber fijarse en los detalles de ese paisaje diverso, cambiante; asumir el mantenimiento del viñedo existente pero queriendo trabajarlo (no en vano, afirma, es un ambiente de trabajo soñado para cualquier viticultor, con apenas tratamientos fitosanitarios); buscar, en fin, la simplicidad, la genialidad en forma de vinos irrepetibles –no tuneados-. Y a fe que lo ha logrado haciendo de Ribera de Pelazas la génesis, la referencia de la DO Arribes.

Julio no es consciente de ello, pero lo que ha logrado en los Arribes con estos varietales es algo que debería estar en los libros de texto de los estudiantes de enología. Me explico: últimamente se suele afirmar, desde ópticas prescriptoras probablemente interesadas cuando no hueras, que el factor crítico fundamental para elaborar un gran vino consiste en disponer de magníficas uvas (maduración polifenólica correcta y sanas) lo cual no deja de ser obvio y redundante; pero no suele realzarse el trabajo del enólogo en la bodega cuando llega el tiempo de actuar en las vinificaciones y hay que tomar decisiones. El caso de Julio Gallo es preclaro: partiendo de una materia base sin relevancia anterior, gracias a su trabajo visionario y a su genio creador, logra vinos como este.

GRAN ABADENGO 2005. En la etiqueta, sobria, se lee una tímida referencia a la edad del viñedo de más de cien años. El vino presenta un bonito color en el cual destellea el morado, con un fondo cubierto; muy brillante. Sus aromas, de entrada, son limpios y enjundiosos (notas de patxarán junto a otras que recuerdan los bombones “aftereight”. Más que frutales, expresan lo que hay en el campo: la hierba aromática, la retama, el afilado perfil de la roca que brilla al sol. En boca muestra un cuerpo esbelto y fino a la vez que bravío; muy definido; con fruta evidente y taninos delicados, sabios, que están ahí aunque apenas se perciben. Impecable en el paso de boca y un final que de inmediato te hace echarlo de menos y querer más. En fin – en este mundo donde priman los valores añadidos- te sientes afortunado, muy especial por saber que estás bebiendo el fruto reciente de unas cepas en constante lucha por su supervivencia que, aún así, regalan frutas dulcísimas; cepas que fueron plantadas en un tiempo ya pasado y superado, pero cuyas resonancias nos llegan ahora frescas y lúdicas

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Claves de vinos y apreciación sensorial

Sobre el autor

Sólida formación como docente en Cursos de Análisis Sensorial de vinos y otros productos agroalimentarios; dilatada experiencia en servicios de alta gastronomía; disfruta transmitiendo su pasión por el mundo del vino y su cultura. Desde 2001 colabora en ayudar a descubrir lo fascinante del uso de los sentidos para gozar plenamente del los vinos y gastronomía en La Rioja. Director de www.exquisiterioja.com


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