Botellas de vino en un calao
Foto de www.exquisiterioja.com
Una de las consecuencias más estúpidas y crueles que nos ha traído esta calamidad (léase Covid-19) que nos está castigando y lastra nuestras vidas es la prevención personal ante el contacto, ante la interacción física (léase “distanciamiento social”)
De los terminales sensoriales que se sirve nuestro organismo para recabar información fuera de nuestra piel, es precisamente el del tacto el más significativo (no en vano es el más grande: toda la superficie de nuestro cuerpo).
Recordemos que el tacto es el sentido a partir del cual se construyen los demás justo desde la etapa embrionaria. El sentido del tacto posee una clarísima función evolutiva. El “Homo Sapiens”, gracias a la pérdida del pelaje y al adelgazamiento de la piel –a diferencia de los bonobos u otros homínidos- más el fenómeno de la sudoración y su efecto termorregulador, posibilitó también contactos físicos más intensos/íntimos, lo que devino en su desarrollo como medio de comunicación y vinculación emocional y afectiva. Así, quien decida restringir su interacción con otras personas, se expone a sufrir un deterioro cognitivo más pronunciado.
Al menos nos quedan los vinos de calidad y la importancia suprema de los estímulos táctiles que generan en la boca. Todo un verdadero festín de sensaciones increíbles que, en el caso de los grandes vinos, generan verdaderos placeres. ¿Por qué será?
Las personas en su mayoría pasan como de puntillas al evaluar las prestaciones del vino en boca; cuando es precisamente ahí donde el vino (o cualquier otro producto agroalimentario) realmente se manifiesta y es apreciado con todas sus propiedades organolépticas.
La fase de boca es importantísima. En la boca, terminales sensoriales de varios sentidos desarrollan una serie de tareas complejas, gracias a las cuales el vino termina mostrando sus verdaderas cualidades, sus matices más genuinos. Ahí reside lo básico de nuestra percepción: el sabor, el tacto. El nervio trigémino y los receptores sensitivos –con la finísima sensibilidad de las mucosas epiteliales que, con la saliva, reaccionan cuando se encuentran con ciertas sustancias o impresiones- son estimulados por medio de posición, movimiento, textura, vibración, y otros (¡anda! esto me recuerda a algo…)
Para las personas sensibles que toman vino, la gracia de este reside en apreciarlo en boca. En la boca resulta fácilmente evidente disfrutar de sus características y prestaciones. Ahí es donde se manifiesta el contacto, que es lo que deseamos y es la evidencia última por la que todos nos perdemos.
Y en la boca se magnifica su poderío. En la boca, terminales sensoriales de varios sentidos desarrollan una serie de tareas complejas, gracias a las cuales lo que percibimos en ella termina mostrando sus verdaderas cualidades, sus matices más genuinos. En la boca reside lo primigenio de nuestra percepción: la olfacción integrada, el sabor, el tacto (por supuesto con el concurso de la saliva ejerciendo como lubricante y exponente de todo el entramado multidisciplinar que nuestros sentidos son).
Precisamente eso que ahora, si nadie lo remedia, está en la cuerda floja. Nosotros nos lo perderemos.
Otra consideración más: sobre todo en la degustación gastronómica, a la hora del encuentro táctil y gustativo en la boca, ampliando la superficie de contacto del producto con la lengua y ralentizando el proceso se detectan mejor y en mayor grado las sutilezas que el producto (sea líquido o sólido) pueda presentar; y por ende se magnifican las sensaciones percibidas.
O sea, precisamente lo que intentamos hacer quienes nos vemos privados del “roce” digamos sexual. Porque a nuestro sistema de recompensa le da exactamente igual a través de qué medios le llegan las oleadas de placer.