Hoy tampoco vamos a hablar de vinos y lo de arriba no es un improperio. Es que voy a tratar un asunto que tiene que ver con los huevos; los de las gallinas y los otros.
De alguna manera continuación de lo que hablábamos en la última comunicación acerca de los veganos, hoy quiero llegar más allá y afirmo que si los veganos no quieren comer ni siquiera huevos, yo sí. Será por huevos. O será porque no me queda otra. Me explico: me parece una burla eso de que si no hay que comer carne, de que mucho respeto por los animales, etc. Mucho me temo que quienes tienen tiempo (y dinero, supongo) para preocuparse por el bienestar de los animales y para investigar acerca del sexo de los ángeles… es porque no se ven obligados a tener que buscar cada día qué llevarse a la boca. Olé por ellos.
Pero yo –mala ralea la mía- me temo que llevo demasiada carga en mi costal de necesidades como para andarme de florituras por la vida. Y los huevos los llevo de corbata. Y los de las gallinas, a pesar del colesterol de las yemas, me los como cada día que puedo. Y también me siento afortunado si puedo vestir zapatos de cuero, venga este de donde venga. Y si se nos cruza por la noche un conejo en la carretera a mi amigo y a mí, ya tenemos al día siguiente conejo al ajillo, que está bien rico frito con una cabeza de ajos.
Les cuento. Tengo dos problemas en la vida, junto a una manía que creo es virtud. Los problemas: que me están machacando los huevos cruelmente una mujer desquiciada que me traicionó y la justicia (¿) española que le ha dado barra libre y a quien no le gustan los huevos pero sí las tortillas. ¡Ay! El otro problema es que me he visto obligado a salir de mi casa y trasladarme a vivir a 600 kilómetros de La Rioja a otra tierra de vinos -¡menos mal!- como es La Mancha. Y aquí he de sobrevivir con 426 euros/mes. Pero la juez que dicto sentencia fue muy generosa y dejó escrito que 180 de esos euros debían ser para mis hijas… y que puedo verlas cada dos días ¡desde 600 kilómetros! O sea, ¡manda huevos!
Y la virtud por lo tanto es que he de hacer malabarismos para comer cada día. ¿ Y saben qué? Pues que he vuelto a la vida natural. Les sigo contando.
REGRESO AL PASADO CON UN PAR DE HUEVOS
Aprovechando mi condición de sumiller y por ello más o menos entendido en cocina (me gusta preparar y cocinar mis propios alimentos) estoy inmerso en un viaje al pasado, a los tiempos cuando había que procurarse el condumio gastando tiempo, astucia y energía en el empeño. Y créanme cuando les digo que practico la mejor dieta posible: escasa porque no hay más. Y me mantiene en forma pues he de estar ágil y emplear horas en procurarme y prepararme lo que voy a comer. Y ello me satisface pues manejo y controlo todos los aspectos de mi alimentación y me siento en plena comunión con la naturaleza. Y lo más importante: se puede comer y por lo tanto vivir con muy poco. ¿Cómo? Claro, tiene que ser viviendo en un medio rural como yo. En el corral, unas gallinas y unos conejos (con el tiempo nos procuraremos alguna cabra) que alimentamos con desechos, hierba y algo de pienso o granzas. Y, según la estación, la madre naturaleza provee –bueno, hay que buscar y coger sus frutos-. En primavera son una delicia los espárragos trigueros que, revueltos con un huevo, son un festín de sabores y texturas; además de las habas, por las lindes puedes buscar ajos porros, verbajas y otras hierbas y plantas silvestres con las que se hacen caldos muy ricos. Luego en verano sembramos un pequeño huerto: ajos y patatas, cebollas, lechugas, tomates, pimientos, judías verdes y berenjenas; y calabacines a montones. Además de comerlos frescos, los tomates y pimientos los emboto como solía hacer en La Rioja; y aquí las berenjenas como encurtido son puro placer sensorial: un sofrito, unos ajos, unos palos de hinojo y vinagre y al baño maría.
El verano nos da frutas también: higos, peras, albaricoques, etc; pero hay que andar vivo pues los pájaros también van a por ellas. Sin embargo llega el descaste de los conejos y alguno cae por la cazuela. Cuando mi amigo recolecta el trigo candeal me quedo unos kilos que limpio con mis manos y luego tuesto en la sartén ¡eso sí que es un producto integral! Y llega el otoño y me voy a coger moras con las que hago mermelada (¡qué maravilla! esos aromas que recuerdan a ciertos vinos grandiosos). Y las almendras que trabajosamente cogemos de los almendros vareándolos con mantones en el suelo, luego quitarles las cáscaras, partirlos… es muy entretenido, pero ¡qué ricas las almendras tostadas o garrapiñadas con azúcar y anises! Cuando empieza la vendimia por estos lares (últimos de Agosto) cogemos uvas, blancas de airén que son sólo dulzor. Hay que esperar a que maduren los membrillos, pero luego me hago dulce de membrillo que me dura todo el invierno para los desayunos. Qué decir de los higos secos, probablemente el fruto más sensual y sabroso.
Con un poco de suerte a últimos de Octubre podemos coger setas que, salteadas sin más o a la plancha, son de una delicadeza sublime y luego uno se siente enamorado de la vida por recibir tanta dicha y bienestar. A la vez que las setas, en el mismo hábitat, tenemos por esta tierra multitud de encinas; vetustos árboles alguno de los cuales regalan bellotas que es una pena que se las coman los jabalíes y los ciervos pues son auténticas explosiones de sensaciones palatales y sápidas en boca, dulzor primigenio y tanino engarzado con una acidez que te hace saltar las lágrimas de puro placer; y si después bebes agua, alucinas de las sensaciones que te inunda el paladar. En fin, ahora estoy disfrutando de las aceitunas que he endulzado yo mismo tras laboriosas operaciones, pero el tomillo que les puse me hace sentir la magia de la naturaleza por vía retronasal ¡puros aromas salvajes!
Todo esto que cuento es vida en esencia: conseguir y prepararte lo que comes como el modo genuino de alimentación. Los huevos los pongo yo (además de los que les cojo a las gallinas) y si acaso desespero, atrapo un pollo, le retuerzo el pescuezo, le hago una incisión con la navaja en la base de la cabeza para que desangre bien, lo meto en agua hirviendo, lo desplumo y después de trocearlo me lo hago según el vino que haya podido agenciarme en alguna de las bodegas de por aquí, vinos que son puros destilados y elixires de sol.