No hay cosa peor que salir por la tele. Que se lo digan al Sergi: él, tan contento con ser un mameluco anónimo, ha acabado siendo el enemigo por antonomasia de la nación. Por lo que ha hecho, sí, pero más por salir en el telediario.
Al Sergi, demostrando lo tontolaba que puede llegar a ser un bípedo, le dio por patear a una chavalita en un tren. Que iba borracho, dice ahora. El caso es que la poli lo trincó, lo puso delante de un juez y la cosa quedó como tiene que quedar. O sea, con semejante cobarde acusado. Y, pendiente de juicio, en la calle.
No es algo demasiado raro. Los sótanos de la sociedad guardan sucesos parecidos todos los días, aunque éste tuviera el agravante del racismo. La gente no parece tener ni idea de a lo que se arriesga cuando empieza una gresca o utiliza lo del ‘ojo por ojo’. Queremos ser civilizados, y aquí el que se cree John Wayne acaba en un tribunal.
Pero el tonto del Sergi salió en la tele unos días más tarde. Y allá que te van contertulios, políticos y, snif, también fiscales pidiendo que este hombre vaya in-me-dia-ta-men-te al trullo. Sin juicio, a ser posible. A la mierda tutelas judiciales, derechos ciudadanos y garantías. Lo hemos visto por la tele: que lo empapelen ya.
La tele da muchas cosas, pero nunca justicia. Discrimina, visibiliza a unos y oculta a otros, entontece, simplifica. Este tal Sergi podrá ser acusado como mucho de un delito (quizá falta) de lesiones que no causan daños permanentes. Cosa que normalmente acaba en multa o en penas mínimas de cárcel que alguien sin antecedentes no cumplirá.
Y está bien que sea así. Lo menos grave se castiga menos que lo más grave, la prisión preventiva sirve para lo que sirve, los procedimientos deben ser cumplidos. Por mucho que se salga en la tele.
Ésa es la delgadísima línea que nos separa de las bestias. Porque lo contrario no es Justicia. Es Tomate.