Estoy hasta más arriba de la coronilla. Hasta los cuernos, si los tuviera o si mi amorcito se decide por fin a buscarse otro mejor. Miro a mi alrededor, y todo lo que se habla me parece tan tonto que tentado estoy de borrarme y nacionalizarme kazajo. Mas no puedo, pobre de mi.
La cosa es que de un tiempo a esta parte todo lo que constituye el meollo del debate público me parece una solemne memez. Me descubro viendo la radio, escuchando el periódico y leyendo la tele con una sensación creciente de cabreo y una frase recurrente. Y a mí, señores, qué más me da.
Me importa una higa, por ejemplo, el asunto de la banderita. Como si uno fuera más español por el hecho de llevar un trapo de dos colores: Manolo el del Bombo debe tener el récord mundial, pues. Y ahí sale don Mariano llamando al «orgullo de ser español». ¿Ha elegido usted en qué país quería nacer? ¿A qué tanto orgullo, entonces? ¿Si hubiera nacido en Bangkok llamaría igual al orgullo de ser siamés?
Me roza el rigodón el asunto de las fotos del rey. De verdad: que dos tontos quieran gastar el gas de sus mecheros quemando fotocopias (ni siquiera compran fotos oficiales, los muy ratas) pues tanto me da. Como si la monarquía se tambaleara por eso.
Paso quintal y medio de los videos: el de Mariano en plan juancar, el de los cachorros sociatas a lo pasapalabra. Qué guay: en lugar de argumentos, vídeos. Viva el mundo youtube.
Me la refanfinfla, en fin, lo de la Memoria Histórica. No la Historia, ojo: eso es otra cosa, como también lo es querer enterrar al abuelo como Dios manda. Pero nuestros políticos andan utilizando una guerra de caínes que pasó hace 70 años para arrearle candela al de enfrente. Como si eso sirviera para algo, como si esta España se pareciera en algo a aquella. Como si todo este ruido sinsustancia fuera a mejorar algo la vida de alguien. Como si, en fin, todo eso importara algo.