Un amigo defendía el otro día cerveza en mano que él sólo conocía a un escritor puro en La Rioja. No daré el nombre para no levantar polvaredas que luego se hacen barrizales, pero sí sus razones: es el único (de la hornada más reciente, se sobreentiende) que está volcado en sus propias novelas aun a costa de su trabajo, todos los días le dedica varias horas a la literatura y periódicamente gana algunos premios de los muchos a los que concurre. Ser escritor es a juicio de mi amigo una cuestión de espíritu, perseverancia, infinitas lecturas. Y de talento, añadía yo. «Crear una historieta medianamente lúcida en dos fines de semana que tienes libres y que suene la flauta y el ayuntamiento de turno te dé un accésit no te hace escritor de verdad», decía.
Mientras me iba convenciendo, traspolaba los argumentos a eso del periodismo. ¿Es periodista el que vuelca teletipos, transcribe entrecomillado todos los días lo que el político de turno recita o engorda artificialmente un tema para rellenar el hueco que deja la publicidad? Muchos recelan que alguien se autodenomine escritor, pero creen que trabajar en un periódico o una radio otorga ya los galones de periodista. No estoy tan seguro. Como mi amigo, soy de la opinión de que se trata de una cuestión de actitud, convencimiento. Todo ello, claro está, cocinado con las obligaciones laborales que impone un medio de comunicación que ante todo es una empresa donde por la cadena de montaje pasan letras en vez de tornillos. Una rueca de mitos desconchados en la que un día redactas una crónica parlamentaria y al siguiente entrevistas a un grupo punk del estilo ‘Telaraña en la castaña’.
Cuando el barman tiraba la siguiente cerveza, me vino a la cabeza el caso del señor que todas las semanas revisa el ascensor de mi bloque. Como presidente de la comunidad (de vecinos) me toca firmarle el parte. El otro día aprovechó ese minuto para explicarme el nuevo mecanismo que han instalado para acolchar la parada del trasto. Hablaba del sistema hidráulico, las correas de enganche y del mimo con el ha colado el rotor como una pasión por su trabajo que hacía tiempo que no escuchaba a nadie. Ni a los escritores (aunque lo sean a tiempo parcial) ni a los periodistas. Un ascensorista puro, que diría mi amigo.