De todas las enfermedades que atacan al riojano medio, la que más trastornos provoca y secuelas más graves deja es el yaquemepongo. Las consultas de los médicos (públicos o privados; o públicos de día y privados de tarde) están plagadas de pacientes que en su día se contagiaron y a estas alturas presentan todos los síntomas: apreturas estomacales por no poder pagar unas obras que no estaban previstas en principio; dificultades para aparcar el monovolumen que sustituye al coche que no necesitaban jubilar; sarpullido general tras haber comprado por un poquito más un piso nuevo y bien alejado en vez de ese otro céntrico y coqueto que me gustaba mucho pero no tenía piscina ni garaje ni vistas a un hipermercado…
Los más prestigiosos laboratorios farmacéuticos trabajan en un posible antídoto. Todo indica que aún queda mucho camino por recorrer. No hay nada como no tener un millón de pesetas para cavilar cómo gastar ese dinero. O traspasar esa estrecha frontera que separa las dudas de cambiar la grifería del baño para embarcarse a continuación en reformar la casa entera. El yaquemepongo empieza entonces a hacer estragos en el organismo.
En casos extremos, y sólo si la salud del paciente corre peligro, recomiendan en voz baja hidratarse bien, huir de alimentos ricos en grasa y dar paseos matutinos hasta la Gran Vía de Logroño. Allí, al menos, pueden rascarse comprobando que las posibilidades de contagio son amplias. Que hasta los ayuntamientos no escapan de los brotes que empiezan con un cambio de arbolado y acaban levantando el corazón de la ciudad, construyendo un enorme parking y, yaquemepongo, 600 plazas más de las previstas.
Si los picores persisten, es más que probable que el paciente esté atacado además con otra bactería nociva. Un análisis de orina dirá cuál es: el quechorramasdá, el yatelodeciayo, el soymaslistoquenadie, o puede que incluso el estoteloarreglaunoqueyoconozco.