Puede que usted sea uno de los 5.834.000 espectadores que el pasado martes vieron en algún momento de la noche la entrevista conjunta que cien ciudadanos realizaron a Rodríguez Zapatero. Si no está entre ellos, es más que probable que no se haya enterado de nada. O mucho peor, que sólo le llegue el eco de que, según el presidente, un café cuesta 0,80 euros. De Juana Chaos, la legalización de Batasuna, el acceso a la vivienda o el futuro de los inmigrantes han sido azucarillos que se han derretido en el dichoso café.
La respuesta, como habrá comprobado por la pirotecnia mediática que ha estallado alrededor, ha eclipsado el resto de sus intervenciones y ha dado lugar a una catarata de reacciones políticas y argucias comerciales. Con sus palabras, Zapatero ha asfaltado el terreno para Mariano Rajoy, el próximo protagonista que se someterá a otro centenar de ciudadanos-periodistas. A estas horas el think tank ‘popular’ debe estar acelerando la maquinaria en la calle Génova a fin de llegar en forma al programa. Su esfuerzo, sin embargo, no estará centrado en construir un discurso contundente y de propuestas novedosas, sino en suministrar al líder de la oposición la contestación oportuna por si algún invitado incómodo le interroga en el plató sobre cuánto cuesta un billete de autobús o el precio de un paquete de chicles.
‘Tengo una pregunta para usted’ ha naufragado en su propósito de naturalidad. Lo que se presentaba como un formato sugerente y participativo ha encallado en la anécdota. Si lo que en realidad se persigue es el éxito de la audiencia, los políticos se equivocan de programa. El espacio para lucirse es ‘Cambio radical’. Allí tendrán la oportunidad de desnudarse en el quirófano ante millones de ojos y que un cirujano plástico les extirpe los defectos que les afean: esa demagogia acumulada en las cartucheras, la crispación que remarca las arrugas de expresión, barrigas tan flácidas como su credibilidad.