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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

ESPECTÁCULO GRATUITO

El jueves por la tarde, mientras esperaba a que ‘El Solitario’ concluyera su declaración ante el juez en Tudela, coincidí entre la miríada de periodistas de toda España desplazados allí con el locutor de una emisora local. Uno de esos profesionales como la copa de un pino que trabajan en su pueblo haciendo malabares publicitarios e información honesta sobre fútbol de tercera, eventos rancios, juegos infantiles y fiestas patronales. Y todo, por menos de mil euros.

El rato que compartimos a las puertas del Palacio de Justicia recibió no menos de treinta llamadas al móvil de la empresa, que resulta un eufemismo para decir que era el suyo personal. Aproximadamente la mitad de los mensajes le informaban excitadamente de que en esos mismos instantes estaba saliendo en televisión. Por lo visto, su rostro aparecía de refilón en alguno de los programas que trasmiten la vida en directo y sirven igual para rellenar un espacio de sucesos que algún reportaje del corazón. El otro 50% de las llamadas de parientes y conocidos del lugar le trasladaban la misma inquietud: «¿Se ve de cerca a ‘El Solitario’? ¿Es como en la serie?».

Allí, al otro lado de las vallas, unas 200 personas (niños, abuelos, familias enteras) no habían hecho esa pregunta previa. Llevaban desde el punto de la mañana hacinados, de pie, con los móviles encendidos esperando… ¿Esperando el qué? Algunos, lo mismo que le sucedía a mi colega sin pretenderlo: que las cámaras los enfocaran. Otros, encontrar un hueco para grabar la escena y mostrarla luego en la oficina. Un buen puñado, ver en directo un rostro cuya popularidad no le viene de ganar el Nobel o triunfar en un concurso, sino de matar a dos chavales y robar decenas de bancos.

Una paisana entrada en años que pasaba frente a los juzgados de Tudela, posiblemente la única persona del planeta que no sabe quién es Giménez Arbe, resumió la escena espetando a a la marabunta: «¿Dan algo gratis o es que ha venido el Rey?

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