El yayo Tasio acude a su cita de todas las tardes en el hogar del jubilado del barrio. A diferencia de otros días, esta vez le espera una sorpresa. Arsenio, su compañero de mus, acaba de llegar de China. Como lo oye.
Así como Tasio nunca ha sido amigo de grandes viajes, Arsenio es lo que se dice todo un aventurero. Desde que se prejubiló no ha parado de moverse. Con las perrillas ahorradas y los hijos colocados, ha recorrido más mundo estos diez años que en los 60 anteriores.
Primero fueron los viajes en grupo organizados por el Imserso a Salou y Benidorm. Perdido el miedo a las distancias, Arsenio empezó a embarcarse en solitario a otros destinos por la península. Más tarde reclutó a un nieto soltero y ocioso quien, a cambio del billete de avión y una habitación doble, le ayudó a manejarse por el laberinto de los aeropuertos y los misterios del inglés para conocer así las capitales europeas que sólo había visto en documentales de La2. Este verano se ha animado a dar el gran salto. A China, nada menos.
Sus compañeros de mus admiran a Arsenio por su arrojo y, especialmente, porque después de cada escapada les trae algún souvenir. Esta vez también cumple con la costumbre. Sentados alrededor de la mesa, el turista reparte los paquetes. Una camiseta Lacoste por aquí; unas gafas de Gucci por allí; un cinturón de Versace más allá.
Ni una triste postal de Tiananmen; ni una miniatura de la Gran Muralla; ni un ejemplar del Libro Rojo de Mao. Arsenio se enorgullece de los regalos mientras relata los pormenores de su odisea. Del Mercado de la Seda a un outlet de Qingdao; de los puestos ambulantes de Xian, al duty free del aeropuerto de Shanghai. «Y todo tirado de precio», relata excitado un Arsenio que nunca hasta ahora había mostrado ningún interés por la moda ni las falsificaciones.
El yayo se anima y decide que, si alguna vez viaja, se marchará hasta Zara. Y cuando aprenda idiomas, llegará hasta el El Corte Inglés.