Esta semana ha traído una misma noticia mala y otra buena.
Y no es un chiste. Sobre todo si usted pertenece al género masculino
La mala es que, según uno de esos intrincados estudios que aparecen periódicamente sobre los temas más exóticos, el nivel medio de los espermatozoides de los españoles de entre 18 y 30 años ha decaído y en el futuro tendrán serios problemas para procrear. La buena es que, de acuerdo con las mismas fuentes, fumar, beber o estar hasta arriba de estrés no altera la calidad del semen.
El estudio es demoledor. Sobre todo para los que superamos (por poco) esa franja edad. Para los que hemos pasado la adolescencia pensando que en cada cigarrillo encendido se apagaba una posibilidad estadística de tener descendencia. Que esas jornadas de trabajo con la hora de cierre acechando impedirían experimentar cómo se cambian unos pañales. Que un chupito de más era, en fin, un espermatozoide menos.
Y no. Resulta que todo era un gran engaño. Un plan orquestado para fomentar una legión de atletas sosegados con los pulmones limpios que continuara la especie. Una manera de ocultar que las razones del déficit en el semen residen en (con perdón) los disruptores estrogénicos originados por la contaminación industrial. O sea, que lo malo no era fumar, sino echarse un pitillo a la puerta de una empresa química.
Fumemos pues. Bebamos. Salgamos a las tantas de tajo mientras las fábricas sigan escupiendo humo y polución. Ya no se podrá decir, como repetían nuestros padres y sus padres, que la siguiente generación es peor que la anterior. Simplemente, porque no habrá ya otra nueva generación.