Mientras en Copenhague se rifaba la fecha de caducidad del planeta, El Aaiún recibía a Amanitu Haidar erigida en símbolo mundial de la resistencia civil y el blindaje del Concierto Económico Vasco daba a luz en Madrid tras un parto inducido por intereses ajenos, la disputa política en La Rioja ha tenido como centro de atención nada más y nada menos que el pedal del acelerador de un coche. Con la que está cayendo en la vida de miles de parados y en la conciencia individual de todos, la denuncia del PSOE por el presunto exceso de velocidad del consejero de Presidencia y la consiguiente réplica del PP refrescando episodios que lindan entre lo incívico y lo chusco reafirman cómo el listón del debate dialéctico ya no está bajo, sino a ras del suelo. Un suelo sin fregar, enmohecido, viscoso y con cierto tufo a putrefacto.
El rifirrafe tiene algo de chiste malo contado en un lugar inapropiado. Lo lamentable es que no es la primera vez -¿será la última?- que disparan con la misma munición. En la hemeroteca y hasta en el diario de sesiones del Parlamento quedan las denuncias por el impago de las consumiciones en fiestas patronales, la entrada por la ventana a un ayuntamiento por parte de los concejales de la oposición para repartir pañuelos de fiestas, las descalificaciones personales, las insinuaciones insidiosas. La demostración de que donde realmente hace falta pisar a fondo es en la estrategia política que distingue entre lo realmente importante para el ciudadano y lo simplemente chabacano.