Anda el patio enrarecido entre los concejales del Ayuntamiento de Logroño y los diputados del Parlamento riojano. Desde que se airearon los gastos médicos que disfrutan a costa del herario público, todo son requiebros, intentos de minimizar el asunto, críticas al mensajero y silencio. Mucho silencio.
Amparándose en la protección de datos personales y la evocación a derechos sobrevevenidos, nadie ha reconocido cuánto dinero ha cogido de esa bolsa común y en qué lo ha utilizado. Todo lo más, acusaciones a quien levantó la liebre y el habitual y estéril rifirrafe político. El resultado de ese pacto de mutismo, tácito o no, conduce al ciudadano que debe pagarse las prótesis y los empastes de su bolsillo a dos conclusiones no necesariamente incompatibles. Una: ediles y diputados guardan una mala conciencia por disfrutar de unas prebendas tan legítimas como éticamente cuestionables en medio del cataclismo de paro y déficit. Y dos: todos son iguales a ras de suelo si no demuestran lo contrario.
Pero también usted, estimado lector, tiene una parte alícuota de responsablidad por escandalizarse ahora de esta cuestión y no antes, cuando todos éramos ricos y despreocupados. Así que cuando de aquí un año cada candidato reclame su voto en una pirotecnia de promesas, lisonjas o rejonazos al rival, mírele fijamente a los ojos y pregúntele antes de decantarse si esas gafas que lleva, las lentillas que luce, las ha pagado él o se las hemos sufragado entre todos.