El yayo Tasio cree que la arquitectura más provechosa es la destrucción. No para de rumiarlo cada que pasa por la manzana de Bretón de los Herreros que albergó Los Gabrieles. Aquel bloque en el que abría sus puertas El Tívoli. Primero tuvo un arrebato de nostalgia cuando se enteró de que lo tirarían para construir flamantes viviendas con vistas a una hipoteca perpetua. Le dio la sensación de que también él era viejo, un PERI humano que no merecía ni ser rehabilitado. Pensó que sus recuerdos de juventud acabarían en un contenedor como las vetustas piedras de aquel edificio y sus huesos, apilados en una esquina igual que vigas carcomidas.
Más tarde le embargó la indignación al ver cómo todo aquello se cubría de una gigantesca lona azul a la espera del hormigón resucitador. Tanto tiempo estuvo colgada, tantos días pasó el yayo por delante de aquella postal, que al final se acostumbró a ella. Acabó convenciéndose de el descomunal envoltorio era en realidad una de esas obras de vanguardia conceptual al puro estilo Christo. Pero no.
Un día desapareció. Llegó el derribo. Los palomares del tejado volaron. Y detrás, el bloque entero. Tasio vio entonces un Logroño nuevo. Apareció el recoleto cartel de la Plaza de Abastos que ocultaba la fachada principal. El espacio empezó a respirar, y el yayo sólo suspira ahora por que las casas previstas nunca se levanten. Que el solar se reconvierta en un parquecito diáfano, y en medio levanten el monumento a una piqueta sin memoria.
Fotografía: Juan Marín