Las Defensorías del Pueblo son unas de esas vistosas cajitas damasquinadas que alguno coloca en el aparador de la casa sin saber muy bien qué uso darle. Cuando la economía es boyante se empeña en mostrarla con orgullo a las visitas, pero cuando las cosas se tuercen se arrepiente de haberla comprado y concluye que debe subirla al desván para no dejar en su entrada ni un solo signo de ostentación.
La reforma del Estatuto de 1999 abría la puerta a la creación de la institución, pero no fue hasta el 2006 cuando se decidió darle forma. La Rioja no iba a ser menos que nadie. Debía tener su propia universidad, su propio aeropuerto, su propio Defensor del Pueblo. La elección de una experta jurídica de currículum incontestable e inclinaciones políticas no declaradas como María Bueyo Díez Jalón confirmó que la adquisición no iba a ser un capricho, sino una apuesta real por recabar el pulso de la ciudadanía y atender sus malestares. Si por algo se ha destacado la gestión de Díez Jalón ha sido por una tarea concienzuda e independiente (a pesar de las presiones no reconocidas por algunos de sus pronunciamientos) que tampoco ha dejado de la lado la obligación de proyectar socialmente la imagen de un ente de nueva creación.
La reciente supresión de la figura en Castilla-La Mancha con la entrada allí de un nuevo Gobierno puso al resto de sus homólogos en el punto de mira y abrió una veda feroz. ¿Para qué sirve esa cajita? ¿Cuánto cuesta? ¿Es necesario en un momento de crisis? La Defensora riojana ha soportado sobre sus espaldas todos esos cuestionamiento que hace nada eran halagos, manteniendo una situación de interinidad insostenible para un correcto funcionamiento del ente que ahora, además, tenía como tareas añadidas autojustificarse y razonar su austeridad. La diferencia de Díez Jalón respecto a otros altos cargos que se han visto en un tesitura similar a consecuencia de las apreturas económicas es la falta de apego al sillón. Con una carrera profesional más que contrastada y golosas oportunidades laborales más allá de La Rioja, ha optado por dejar el cargo, buscar nuevos aires y dejar que sean quienes dieron la partida de nacimiento a la Defensoría los que decidan si quieren que alcance la madurez. La analogía de la ya exdefensora resume la situación: “Yo he hecho la obra del edificio como estipulaba el ‘contrato’; ahí dejo ahora las llaves”.
Fotografía: Justo Rodríguez