Gabino Diego (Madrid, 1966) se confiesa una mezcla de las decenas de personajes que ha encarnado en su extensa carrera sobre las tablas. Algo tonto, un poco romántico, una pizca tímido… También bastante atribulado, como en el papel que trae a San Mateo con una obra de enredo y (mucho) humor: ‘El apagón’
-¿Tan mal está el teatro que no tienen ni para luz?
-“El apagón” arranca a oscuras, que es cuando los personajes ven. Cuando hay luz, se oscurece para ellos y el público ve cómo reaccionan entre la penumbra. Se trata de un juego de realidades que Peter Shaffer, el escritor, copió de una ópera china. Por lo demás, de recortes nada. Somos un reparto de siete actores, un lujo en los tiempos que corren.
-¿Cómo es actuar supuestamente a ciegas?
-Complicado. Cuando el actor está sobre el escenario, lo que busca es mirar a su compañero para decirle el texto a los ojos. Aquí vamos a tientas todo el rato, pero ahí también está precisamente el reto y mucho del interés de la obra.
-Pero hay mucho trasfondo en esos tropezones y malentendidos.
-Se trata de un vodevil, y como toda buena comedia tiene un drama por debajo. Sin embargo, si le haces la misma pregunta al director, te dirá que el único interés de la función es provocar la risa. De hecho, la ha encarado potenciando mucho los gags y el trabajo gestual de cada uno.
-¿Y lo consigue?
-Ya lo creo. En todos los teatros donde la hemos representado ha funcionado como un tiro. El espectador no para de reírse durante los 90 minutos, que ya es bastante. Para eso estoy yo y un all star de comedia genial con el que tengo el privilegio de participar y que incluye a Aurora Sánchez, Paco Churruca…
-Usted es uno de esos actores cuyo rostro se asocia inmediatamente al humor y la comedia. ¿Es Gabino Diego tan majete como la mayoría de sus personajes?
-Hombre, mala persona no creo que soy. También me cabreo y tengo mala leche, pero me gusta mucho la comedia. Con el tiempo me he dado cuenta de que ahí está mi sitio. Aunque nunca se valora lo suficiente, la comedia siempre contiene una carga dramática. Y en “El apagón” mucho más. La gente se ríe a rabiar de mi personaje, pero sobre todo por lo mal que lo pasa y el embolado enorme en el que se mete.
-¿Se parece usted más al personaje de “El viaje a ninguna parte”, al de “Los peores años de nuestra vida”, al de “Torrente”…?
-Supongo que soy una mezcla de todos esos y el resto de los que he interpretado durante mi carrera, porque el actor pone parte de su personalidad en cada papel. Hay quien me dice “es que siempre haces de tonto”. Pues algo tonto seré. O “es que siempre haces de romanticón”. Pues es que seré romántico.
-¿Se ve haciendo un drama de los de llorar a moco tendido?
-Ya he hecho alguno. Por ejemplo, en “La hora de los valientes”, que tuvo buenísimas críticas. La gente se emocionaba al verme, y también me lo reprochaba. Me lo dijo un día Tony Leblanc: «Una vez que has hecho reír el público, el público no te perdona que le hagas llorar».
-Muchos de esos clichés están asociados a sus películas, aunque su bagaje en el teatro es amplísimo.
-Lo bueno que tiene el cine es que queda para toda la vida y tu imagen siempre permanece en la retina. El teatro es algo más efímero, aunque cuentas con la fidelidad del público. Mi relación con ambos formatos tiene que ver con la interpretación, y siempre he tenido la suerte de contar con muy buenos directores y guionistas. Y, por cierto, entre ellos, uno maravilloso de Logroño que se llamaba Rafael Azcona.