El yayo Tasio presumía que fuera un tránsito tan convulso como en Grecia, pero resultó ser un sucedáneo de la Italia más casposa. Cuando el PP llegó al poder se envolvió con la túnica de salvador advirtiendo la necesidad de recortes, devaluación y lágrimas. A cambio prometía una confianza que ni se come ni alimenta pero sacia a los mercados. El temor de Rajoy es que la gente se echara a la calle, afeara el filo de la tijera. Confianza, repetía en píldoras sedantes mientras los delegados de gobierno dejaron de ser heraldos de grandes infraestructuras para mutar en directores de una orquesta de percusión y porras. La confianza fue llegando a la misma hora que bajaban los sueldos y aumentaba el paro, aunque pertenecía a una contabilidad distinta a la del ciudadano en crisis. Una confianza en “B” anotada con tinta negra en libretas compradas en Suiza. De esa que se empaqueta en sobres sin remitente y bolsos de Vuitton para unos mientras al abuelo le cobran las recetas y le reprochan haber vivido por encima de sus posibilidades. Una confianza de comunicado oficial que ni me consta ni admite preguntas. Lo juro por el Tribunal de Cuentas que siempre llega con retraso. Y por el Banco de España. Por mis auditorías internas y por el Instituto Nóos. Dígaselo a Amy Martin, oiga usted.
El yayo Tasio temía que las aceras ardieran, que la corrupción presumiera de implantes capilares. Pensaba que España estaba a tiro de piedra de Italia y Grecia, y resulta que linda con Botswana.