Cuando Zaida supo que estaba embarazada tuvo uno de esos presentimientos que experimentan la madres: su hijo sería especial. A las 14 semanas de gestación, la ginecóloga le confirmó su pálpito, pero en un sentido bien distinto al que preveía. La prueba del pliegue nucal y la amniocentesis posterior confirmaron que el bebé tenía síndrome de Down. A Zaida, nacida hace 36 años en Colombia aunque afincada en La Rioja desde hace más de una década, no le dolió tanto el anuncio como la forma en la que se lo comunicaron. «La doctora me dijo fríamente, sin más, que lo mejor era abortar», rememora ahora con Jeremy amarrado a su pecho dando cuenta de su toma vespertina.
Rechazó la proposición nada más escucharla. El apoyo incondicional de su marido Javier y del resto de los hermanos -cinco fruto de las anteriores relaciones de cada uno y otro, de siete años, en común- le animaron a seguir adelante alentada también por una inquebrantable convicción personal. «Soy mormona, pero es una decisión que no tuvo que ver tanto con la religión como con un concepto de la vida por el que considero que no puedo renunciar a lo que me toca en cada momento». Lo que le tocó a los cinco meses de embarazo fue otra noticia lapidaria: Jeremy sufría hidrocefalia. Y, de nuevo, el consejo de la ginecóloga fue renunciar al niño. «Una vez asumido que el bebé tenía Down y recabar muchísima información a través de Arsido, sus hermanos pequeños querían ver la ecografía y los llevé conmigo a la consulta», recuerda Zaida. «Allí, delante de ellos, la médico me dijo otra vez sin inmutarse que el niño venía muy enfermo y debía abortar… Salí de allí con las piernas temblando, apoyada en el hombro de mis pequeños».
Jeremy nació el 13 de diciembre en contra de aquellos especialistas y alguna voz que le tachaba de loca. Su hidrocefalia resultó mínima, las complicaciones cardiacas generalmente asociadas a estos niños se limitaron a un pequeño soplo ya corregido y es aficionado a sonreír constantemente. «No conozco como es su llanto», confiesa el padre mientras los hermanos juguetean con Jeremy, al que han apodado “ardilla” por cómo se mueve y responde a sus arrumacos. Simplemente verle es un «regalo» que, además, le ayuda a sobreponerse a la fibromialgia que ella padece. «Ni vergüenza ni temor; estoy orgullosísima de mi hijo tal y como es», sentencia asumiendo que su desarrollo intelectual será más lento, pero su integración absoluta. Por el respaldo que siente de su entorno, y también por la ayuda y la confianza que le presta Arsido desde que supo que Jeremy estaba en camino y ya nada iba a pararle.
Fotografía: Sonia Tercero