De la tromba de sorpresas que deja la irrupción de Podemos en el tablero políltico tras el 25M me detengo en su manejo de las redes sociales. Hace tiempo que todas las formaciones habían caído en la cuenta del alcance de Internet como altavoz de sus intereses. Lo que sólo el grupo de Pablo Iglesias ha entendido es que no suponen un catalejo para mirarse al propio ombligo sino el medio para amplificar el mensaje a quien pueda oírlo. Viendo cómo con un presupuesto ínfimo Podemos ha convertido Twitter o Facebook en su herramienta más poderosa, resulta sonrojante comprobar la concepción entre naif y sectaria por parte de PP o PSOE replicando mensajes entre sus propios simpatizantes y estos pulsando al ‘Me gusta’ para certificar también ante toda la grada su fidelidad online. El problema no reside tanto en el acercamiento a este canal como en la inercia de apolillados partidos a utilizarlas de forma apolillada y, como se ha comprobado en la urnas, estéril. Hasta que los aparatos no asuman que un seguidor neutral vale (electoralmente) más que cien correligionarios con los que coinciden en cada mitin cerrado, en el recitado de consignas diarias, seguirán errando el tiro. Que las redes no son un campo para la demolición y el rencor, sino para la alianza y el estímulo colectivo. Podemos ha podido. Seguramente porque en su nómina no hay gurús de la comunicación ni acartonados líderes encantados de conocerse. Y de seguir perdiendo apoyos.
Fotografía: Juan Marín