El 12 de septiembre del año pasado se abrió el cielo en Vitoria. De repente, las borrascas que han sobrevolado atávicamente las relaciones entre La Rioja y el País Vasco se disolvieron. Bastó un apretón de manos, la firma de un protocolo oficial y un atracón de fotos entre Iñigo Urkullu y Pedro Sanz en las escalinatas de Ajuria Enea para que todas las diferencias que han separado desde el principio de los tiempos a ambas administraciones se esfumaran como por ensalmo. Se acabó. Ya está. Los adjetivos se agotaron y las frases hechas coparon todos los titulares. Hasta aquí hemos llegado. La apertura de un nuevo tiempo. Los puentes tendidos. Pelillos al Ebro. Sentido de estado. Un encuentro histórico. La airada reacción del PNV de Álava ante la decisión del Ayuntamiento de Logroño de licitar en condiciones ventajosas suelo industrial a puertas de su territorio demuestra la fragilidad de las palabras, el adobe blando que cimienta las buenas intenciones. Resulta nada alentador que la primera prueba de fuego ante aquel abrazo en Vitoria se haya saldado con una pataleta de los vecinos temiendo una fuga industrial en sentido inverso a la que en su día sufrió La Rioja. El caso demuestra que los lazos no se atan sólo con una declaración de intenciones o epítetos luminosos, sino con una dosis real de respeto mutuo. Y sobre todo que, como en la política, las relaciones humanas o hasta la prestación sanitaria, el dinero es (a veces) más poderoso que el amor.
Fotografía: Juan Marín