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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Un riojano del Sur

alberto garzón

El 20 de octubre de 1996 fue un domingo aciago para el CD Logroñés. El equipo que dirigía entonces Lotina visitaba el Camp Nou con la esperanza de hacer un papel digno y se volvió trasquilado. Sendos dobletes de Stoichkov, Ronaldo y Giovanni, un remate de Pizzi y el tanto en propia puerta de David Clotet rubricaron una de las derrotas más demoledoras en la historia rojiblanca y llenó de pesadumbre a la hinchada riojana. A toda, no. Muy lejos de Logroño y Barcelona, en el colegio Manuel Laza Palacio de Rincón de la Victoria, un chavalín apareció al día siguiente en el patio con la camiseta del Logroñés desafiando la euforia de su mayoría de compañeros culés, reivindicando una pasión exótica a tantos kilómetros de distancia y anunciando, sin ser aún consciente de ello, su querencia por las causas más difíciles. Aquel mocete era Alberto Garzón.
O como le llamaban de bebé en Cenicero para distinguirle de su progenitor, Albertillo. Alberto Garzón padre había recalado desde el Sur hasta el pueblo de su mujer, Isabel, después de haberse conocido, deslumbrado, enamorado y casado casi de un tirón en Málaga, donde ella pasaba los veranos con su familia andaluza. Profesor de Geografía e Historia recién titulado, las interinidades en los institutos de Nájera, Lodosa y Santo Domingo invitaron a convertir el piso en la calle La Borda, al lado de Bodegas Riojanas y las vías del tren, en el puerto franco de la pareja para iniciar su vida y traer al mundo el 9 de octubre de 1985 en el Hospital San Millán al otro Alberto Garzón. “Un niño muy calladito, tremendamente sensato, siempre a vueltas con las tres cosas que más le gustaban: los libros, la informática y el Logroñés”. Así recuerda su tío Ignacio Espinosa al ya candidato de IU para la Presidencia del Gobierno, el niño al que los Reyes Magos, sin saber que la carta les llegaba firmada por un republicano en ciernes, nunca se equivocaban cuando le traían una bufanda, un chándal o una camiseta siempre que tuviera los colores rojo y blanco.
Allí pasó los primeros cuatro años, hasta que su padre obtuvo plaza primero en Marchena y luego en Rincón de la Victoria. Y allí empezó a fraguar su carácter como parte de una piña de quince primos con los que sigue manteniendo una estrechísima relación, incluso tras la dolorosa muerte de su madre “Sabela” el año pasado. Con ellos queda a tomar el primer cacharro en el “Sombras” cada vez que regresa (al menos una vez al año, a veces con amigos de Madrid o Málaga) poner un bote y dejarse caer luego por Laurel o la calle San Juan, donde es más de cortos de cerveza que de vino. Una estancia ritual que concluye llenando siempre la mochila con ristras de chorizo y abundante picadillo.

alberto garzón
De entre la legión de familiares riojanos, Carmelo es quien más de cerca le conoce. Además de primos y amigos, ambos fueron compañeros de piso en los años de universidad junto al hermano menor de Alberto, Eduardo, en el piso de la abuela María del Carmen cerca de la catedral de Málaga. “Parece muy reservado en el tele, pero es un chaval divertidísimo y, sobre todo, súper preparado que sacaba tiempo igual para jugar una pachanga de futbito que devorar libros e informes”, le describe. “Se enfrascaba tanto en el estudio que le tomaba el pelo preguntando si ligaba con las chicas hablándoles de la macroeconomía en Perú“, bromea mientras rememora las épocas de examen donde la dieta un día sí y otro también se limitaba a macarrones con tomate y una banda sonora donde igual sonaban Reincidentes que Marea, Calle 13 o los cantautores que tanto gustan a su padre, melómano consumado y carpintero de sus propias guitarras.
María del Carmen da fe de la constancia de “Albertillo”. “Pero come chiquillo, que vas a volverte loco”, dice que le decía mientras estudiaba “siempre con el ordenador delante y decenas de trabajos en marcha a la vez”. Su tío Román comparte esa imagen del aspirante de “serio pero alegre, volcado en el trabajo sin descuidar nunca a su gente”. “Muy normal”, resume su prima Leyre. Y como añade la coordinadora regional del partido, Henar Moreno, con La Rioja siempre en mente al punto de que al incorporarse al Congreso en el 2011 como el diputado más joven pidió ocuparse de la comunidad que en principio correspondía a Caridad García. Un modo de reforzar el lazo de sus raíces y, de paso, saber qué ha hecho cada jornada el Logroñés para alentar a su equipo del alma. Aunque pierda 8 a 0.


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