Ciudadanos obtuvo su primer triunfo electoral antes incluso de concurrir al 24M. Fue una victoria semántica. La simple denominación del partido condicionó el discurso del resto y sus rivales circunvalaron en sus intervenciones incluir un nombre tan genérico y goloso en campaña –en el mismo rango que Podemos, que también atinó al bautizarse rehuyendo de siglas apolilladas– no fuera a ser que se entendiera como propaganda gratuita para los de Diego Ubis. Para referirse a ellos, la inmensa mayoría optó por señalarlos como la marca blanca del PP, los populares enmascarados o esos advenedizos que nadie conoce con un líder catalán. Epítetos de los que ahora que el partido naranja se ha convertido en llave de gobernabilidad todos han olvidado mientras firman lo que les ponen delante con tal de no perder su cuota de poder. Su conquista también ha estado en el terreno de la oposición, ganando buena parte de su espacio y sus aspiraciones. Porque la virginidad política que cunde en sus filas y de la que han hecho gala desde su origen es sólo parcial. Además de exmiembros de UPyD, en su cúpula tampoco faltan antiguos integrantes del PR que, ironías otra vez la semántica, abandonaron el regionalismo disconformes con la fusión de aquel efímero Ciudadanos de Julio Revuelta. En las manos de Ciudadanos queda ahora descubrir el significado real de esa otra palabra tan electoralmente rentable que se leía bien grande en sus carteles: cambio.