En una televisión cualquiera emiten otro debate más. El tema, en un arrebato de originalidad, es Grecia. Descubro que los peluqueros helenos se prejubilan a los 50 años por ejercer una profesión de riesgo (sic), ningún motorista lleva casco aunque es obligado y allí no paga impuestos ni Zeus. Presumo que habrá algún ateniense honesto y esforzado. Los expertos catódicos descartan que exista esa raza. Hurgando en las causas del colapso del país, uno de los contertulios sentencia que si España no se quiere contagiar hay que ir olvidándose de los contratos fijos, huir de esa absurda aspiración a una cierta estabilidad en el empleo y brincar a lo largo de los años por distantas empresas ejerciendo tareas dispares. Flexibilizar el paradigma laboral, resume el gurú con ese aplomo que te hace saltar de la barra del bar donde arreglas el mundo con tus amigotes a pontificar en un plató en prime time. A pesar del calor pegajoso, experimento un escalofrío. Llevo tanto tiempo en el periódico que resulto inútil para cualquier otra cosa que no sea asfaltar páginas con una brea de letras. Aunque lo que me inquieta de verdad es que, de cumplirse el oráculo, mis compañeros (y yo mismo) seremos efímeros. Ya no tendré la suerte de aprender de los que llevan trabajando aquí desde que vestían pantalón corto. Me pregunto a quién preguntaré si busco uno de esos datos prehistóricos que escapan hasta de la wikipedia. Ignoro dónde fluirá ahora la memoria histórica que mana de la experiencia. La beberemos a tu salud, Luis.