Como era previsible, las condiciones del cara a cara televisivo que finalmente mantendrán los dos principales candidatos a la presidencia de España han generado mayor debate que el debate en sí mismo. Es la reacción química que provoca la política al entrar en contacto con la televisión: el quién debería ser el moderador, dónde se producirá el encuentro o cómo articular el enfrentamiento gasta más energías de las que, con toda probabilidad, merecerá la cita entre Rajoy y Zapatero.
Ya sucedió en el desmitificador ‘Tengo una pregunta para usted’. Las horas de presencia ante la cámara de ambos protagonistas y las decenas de cuestiones planteadas por el público de a pie se resumieron en dos anécdotas de poca monta: que Rajoy gana bastante más de 300 euros y que el café le cuesta a Zapatero menos que al resto de los mortales.
El cara a cara programado tiene toda la pinta de encharcarse por la misma gotera. De que el uno no rebatirá al otro, sino que cada cual volcará lo que lleva grabado en su disco duro en función de la tecla que se presione en cada momento. A estas horas habrá decenas (qué digo yo, cientos) de asesores y presuntos expertos en telegenia decidiendo cuán grueso debe ser el nudo de la corbata del candidato y detalles por el estilo. Total, para nada.
El único aliciente es el espectáculo televisivo. Para ello, lo jugoso hubiese sido exprimir los prolegómenos al estilo de esos concursos de habilidades en los que un jurado sarcástico y cabroncete va descartando a los aspirantes en la fase previa. Las cámaras deberían haber enfocado a Pío García Escudero y José Blanco remangados, vendiendo por capítulos su veredicto sobre, por ejemplo, qué periodista regularía el debate. Urbaneja: lo siento, no sigues con nosotros; Mariñas: tienes una bonita voz, pero eres un sectario; Ónega: el listón está muy alto y tú no llegas. Aúpa, José Luis. Ale, Mariano. A darlo todo para entrar en la academia. Perdón, en La Moncloa.