A principios de los años 70, Pedro Aceña empezaba a utilizar el alias de “Luis” para presevar su identidad y Juan Antonio González Pacheco llevaba tiempo bautizado como “Billy el Niño” por su facilidad a la hora de apretar el gatillo. El exconcejal de IU en el Ayuntamiento de Logroño de 1996 al 2000 y también coordinador general en La Rioja durante el mismo periodo formaba parte entonces de la troskista Liga Comunista Revolucionaria (LCR), uno de los múltiples grupúsculos de izquierda que luchaban en Madrid contra el franquismo mientras daba sus estertores.
La capital era un hervidero de grisura, miedo, infiltrados, clandestinidad y palabras en clave donde el régimen combatía a los disidentes más activos a fuerza de terror, con algunos especialistas en aplicar esa receta como el inspector jefe de la Brigada Política Social, González Pacheco. Aquella unidad ubicada en la Puerta del Sol y aquel nombre fueron dos de los iconos de una represión que, como Aceña, otros muchos refrescan ahora a raíz de la querella presentada desde Argentina que lleva la jueza María Servini de Cubria y a la que se va sumando la inmensa mayoría de quienes pasaron por aquellos calabozos y las manos de un “Billy el Niño” que no pueden olvidar. «Sobre todo recuerdo sus ojos saltones, su chulería, los insultos constantes que profería a los arrestados, la cara de placer cuando te daba una hostia o mandaba a otros que te molieran a palos», rememora ahora Aceña, mientras repasa aquella época siguiendo el guion de las cuatro detenciones que sufrió desde que su familia se trasladó desde Guadalmez (Ciudad Real) a Madrid y él, un casi imberbe trabajador de artes gráficas, se fue implicando cada vez más en su militancia.
El primer arresto llegó en la avenida de Fátima tras un “salto” -manifestaciones concertadas de boca en boca- contra la condena a Salvador Puig Antich. El episodio se saldó con 20.000 pesetas de multa por alboroto público y algo más grave: la condición de “fichado”. «A partir de ahí ya entrabas a formar parte del catálogo que asumía directamente la Brigada Político Social y el seguimiento personalizado era tal que estabas obligado a dejar el trabajo, borrar pistas para que la policía no localizara a otros compañeros, abandonar tu propia casa…». Precisamente fue en una visita fugaz a sus padres cuando resultó de nuevo detenido por la fuerza a las cuatro mañana -«aún hoy me sobresalto si suena el teléfono de madrugada»- por la gente de “Billy el Niño“. «Pasé las 72 horas reglamentarias en los calabozos de Sol, y desde el momento que entré por la puerta empezaron a pegarme con la intención de sacarme información y descubrir a otros», relata para, a partir de aquí, revivir aquellos tres días de pánico. «No te dejaban dormir, ni comer; a cada rato te subían a un despacho amenazándote a fuerza de golpes mientras estabas literalmente meado de miedo».
Su contacto directo con González Pacheco está asociado a un mugriento radiador de aquellas salas oscuras. «Me esposó a él de espaldas y, de rodillas, me pegó de forma salvaje con una porra en las plantas de los pies hasta que sangraron», dice satisfecho aún de la «suerte» de que “Billy el Niño” no sacara ese día a pasear su pistola.
Aceña sumó a las heridas una nueva sanción de 200.000 pesetas, una condena de tres años de prisión que fueron finalmente amnistiados y tres meses tras los barrotes de Carabanchel, donde coincidió con personajes históricos como Marcelino Camacho o Nicolás Sartorius. A aquella detención le siguieron dos más en abril y noviembre de 1975 aunque, como dice, «cuando pasabas por primera vez por las manos de aquel sádico ya afrontabas de otra forma el miedo». «Pero lo que más dolía, desde luego, era la sensación de impunidad», concluye.
Desvinculado hace ya muchos años de la actividad política, los recuerdos de Aceña vinculados a Billy el Niño se amontonan en su cabeza y una carpeta de anillas. Quedan en una gavilla de denunciasen sepia con el timbre de la Dirección General de la Policía, la fría rúbrica de González Pacheco en el parte de declaraciones, las fotografías antiguas de un comisario con pelo largo y mirada turbia. Ahí flotan también las huidas por soportales oscuros en una vida prácticamente nómada, las precauciones contra la violencia de los Guerrilleros de Cristo Rey, la consigna de tragarse el papel con los números de teléfono cuando los agentes te detenían, los alias de otros miembros de las células que componían la LCR y que ninguna conocía para evitar delaciones. “No fuimos héroes, pero es clave que se imponga la Justicia, que se sepa la verdad de lo que ocurría entonces en España para que nunva vuela repetirse”, opina Pedro Aceña hilando su reflexión con la necesidad de reactivar la Ley de Memoria Histórica que, dice, los partidos mayoritarios nunca se han atrevido a encarar.