Mario Vaquerizo solo hay uno, pero «poliédrico». Hablador compulsivo, periodista, músico y representante a lo largo de su carrera de artistas de postín como Fangoria, Elsa Pataki o Leonor Watling, el televisivo marido de Alaska llega ahora a Logroño como protagonista total de un concierto donde promete ser todo lo que es.
– Antes había que tratar con Mario Vaquerizo para entrevistar a Dover cuando actuaban en La Rioja y ahora la estrella es usted mismo.
– Pero no te ha costado tanto hablar conmigo, ¿a que no? He cogido a una secretaria para no volverme loco y coordinar la agenda, porque me gusta tener una vida ordenada y no era normal estar contestando mails a las tres de la mañana. Yo sigo siendo el mismo que antes. De hecho, en aquella época de Dover ya estaba con las Nancys. La diferencia es que gracias a la tele y programas como ‘Alaska y Mario’ o ‘El Hormiguero’ hemos pasado de ser underground a algo más mainstream.
– Ya es tan famoso como los famosos a los que representa.
– Hay quien piensa que he hecho lo posible e imposible por ser famoso, pero qué va. No ha sido para nada mi finalidad. Lo que me está ocurriendo es sólo un extra que me divierte mucho y hace sentirme un privilegiado. Además, tengo un sentido muy warholiano de la fama y sé que es algo efímero.
– ¿Y cuál ha sido su finalidad vital?
– Pasármelo bien. Al principio mi finalidad era ser periodista, y la cumplí. Luego ser representante de grupos, y la cumplí. Después tener una banda propia, y la cumplí. Lo que me ha salvado en la vida es la falta de pretensiones. Si quieres algo mucho, mucho, mucho y al final no lo consigues, acabas frustrado. Por suerte no ha sido mi caso y me he dejado siempre guiar por la intuición.
– Pues la intuición le ha llevado por caminos inescrutables.
– He hecho muchos suicidios laborales. Cuando estaba acabando la carrera trabajaba en Canal + y lo dejé para dirigir el fanzine de una compañía independiente (Suberfuge). Mi madre no entendía que el niño dejara un puesto reputado y bien pagado por algo así, pero al final aquello me permitió conocer a Alaska y ser manager de Fangoria. Y a partir de ahí, contacté luego con Elsa Pataki. Y así todo. Mi vida no ha sido un plan orquestado. Simplemente me he dedicado a moverme por impulsos con la suerte de situarme sin querer en el lugar adecuado.
– ¿El lugar donde está ahora es el de un icono?
– Si cuando me voy a la cama me mirara en el espejo y dijera ‘soy un icono, soy un icono’ acabaría loco del coño, con perdón. Seré un icono para muchos y un mamarracho para otros. Me da igual. La única verdad es que me siento un tío querido para todo tipo de gente. Desde niñitas que me dejan cartas de amor en la puerta de casa a abuelitas que me adoran. Soy como soy. Para lo bueno y para lo malo. Una persona poliédrica con un lado gamberro y otro muy profesional. Y gracias. Tiene que ser agotador intentar ser perfecto.
– Al Ayuntamiento de Logroño le ha caído más de un palo por programar a las Nancys Rubias, un grupo con la música prefabricada.
– Para empezar, canto en directo sobre bases grabadas. La diferencia es que nosotros lo reconocemos y otros que hacen lo mismo, no. Me da exactamente igual que nos pongan a parir. Todas las críticas vienen del sector más purista y a la vez más envidioso que menosprecia así al público que viene a vernos en masa.
– Lo suyo es puro espectáculo.
– Es que nosotros provenimos de ahí. De Raphael y David Bowie, de Kiss y Raffaella Carrà, de Los Ramones y Village People. De quien da espectáculo y buenas canciones. ¿Por qué hay que renunciar? Los dogmas me aterran. Todos. Desde el religioso hasta el punk. Entre el blanco y el negro está el gris perla que, por cierto, es un color maravilloso.
Fotografía: Kiko Huesca (EFE)