La Infanta Cristina y su marido nunca hablaban de dinero. El juicio que se sigue contra la hermana del Rey por el caso Nóos no ha desvelado cuáles eran los temas personales de conversación entre ella e Iñaki Urdangarin, pero en su declaración ha dejado claro que de pasta, ni una palabra. En la intimidad de su mansión de Pedralbes, mientras se cruzaban por la escalera de madera repujada que conectaba las tres plantas o cuando coincidían en la piscina rodeada de árboles centenarios, es probable que intercambiaran algún comentario sobre temas vitales. Con quién jugarían el próximo partido de pádel, veranear en Aspen o Botswana. Sobre la forma de sufragar su vida, amnesia total. Como si tuvieran vetado abordar algo sucio y tan mundano. El razonamiento de la Infanta para justificar su displicencia no tiene desperdicio. No procedía, los niños eran pequeños y ella un ama de casa sumisa. El argumento para salvaguardar su implicación en la causa destila un desprecio infinito hacia otras familias que a su pesar han pasado años sin dejar de hablar de dinero. Pero no para amasar más a costa de un apellido, sino para sobrevivir con poco. La hija de don Juan Carlos ha demostrado en su declaración que su exclusiva educación le ha servido para mantener el rictus incólume y la espalda erguida en esas austeras sillas del juzgado, igual que en un desfile oficial o la cena de gala con el embajador. Lástima que no le ensañaran que el dinero también es real. Y más aún el público.
Fotografía: Reuters